Las líneas de mi vida

Osa Mai

¿Te has preguntado alguna vez, qué aspecto tendría tu vida si plasmaras en un papel los movimientos geográficos que has realizado? Pues yo sí, y cuando lo hago, visualizo una especie de tela de araña, un sinfín de líneas que conectan lugares, personas y situaciones. Pasado y presente se cruzan y entrecruzan en esa malla que vamos tejiendo, día a día, poco a poco y sin darnos cuenta.


Esa toma de conciencia me genera cierta nostalgia. De hecho, cuando hoy he bajado al andén de la línea 1, en Plaza de Sants, la calidez de su olor me ha trasladado a mi pasado, a mi yo de 40 años atrás.


Me he visto yendo sola al dentista por primera vez para una revisión rutinaria de mi ortodoncia. La visita coincidía con el horario laboral de mis padres, así que me brindó la ocasión de hacer el trayecto por mi cuenta y empezar a espabilarme por mi misma en la red de transportes. Era un trayecto fácil, 4 paradas en total, hasta la estación de Rocafort. A pesar de que raramente a nadie le gusta ir al dentista, aquellas visitas tenían un trasfondo agradable, ya que a la vuelta, antes de coger el metro de nuevo, solía pasarme a visitar a mi tía abuela Lola, que vivía en un edificio situado justo delante de la boca del metro de Rocafort. La “tía Lola” fue mi abuela en funciones desde que mi abuela materna nos dejó de manera prematura e inesperada. Gracias a ella, la falta de mi abuela se nos hizo algo más llevadera, si algo así puede decirse. La “tía Lola”, y su hija “la prima Lolita” que vivía con ella, tenían siempre una charla animada. A menudo, me esperaban con algo de comer, como sus deliciosas empanadillas de atún...Todavía hoy creo poder recordar aquel delicioso sabor de la masa hecha a mano.


Como cabe esperar, con los años los trayectos fueron ganado distancia y complejidad y pasé a tejer una tela multicolor: Entre los 16 y los 18 combiné el color rojo con el verde y el azul, es decir, además de la línea 1, empecé a desplazarme con la 3 y 5, ya que a menudo, los fines de semana salía con mis amigas. En ocasiones íbamos a la discoteca el domingo por la tarde. Curiosamente, en estos trayectos la ilusión y la incertidumbre de la ida, contrastaban con las confidencias y los anhelos de la vuelta. Risas, alguna lágrima y un sinfín de emociones invadían nuestros corazones adolescentes. En cualquier caso, recuerdo que a pesar de mi juventud, me sentía serena y con la certeza de saber que tenía los recursos suficientes para salir adelante, si bien me excitaba el pensar en qué sorpresas me depararía el destino.


Poco a poco los estudios fueron requiriendo nuevos trayectos al centro de la ciudad. Con ello llegaron nuevos itinerarios, nuevos barrios y nuevas amistades. De este modo, entre los 19 y los 22 “mi telaraña” se ensanchó tanto que además de las líneas de metro, pasé a utilizar el bus, el número 56. Con él empecé a tejer un amor... que terminó en desamor!


Sin duda, el transporte público ha delineado gran parte de mi vida y lo sigue haciendo. Sus colores, su olor recalentado y el ruido que lo acompaña, forman parte de mis recuerdos y de mi presente en tanto que sus líneas siguen tejiendo mi vida con cada nuevo trayecto.


 

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