La caja de fotos

Santolea

LA CAJA DE FOTOS


Ya llega el 33, tu autobús. No recuerdas siquiera si has esperado mucho. Subes como una autómata, palpando los tejanos para localizar el ticket multiviaje que acabas de comprar y que ya no recuerdas en qué bolsillo has puesto. No está muy lleno y prefieres acomodarte al fondo del bus, en los últimos asientos, con la caja de fotos agarrada con fuerza. 


Te dejas caer y apoyas la mejilla en el cristal frío para ver si el contraste te hace sentir más viva y olvidar ese día. Hoy no te importan las obras ni el tráfico intenso que en otros momentos sacarían lo peor de ti. Hoy te va bien,para darte tiempo, para calmar tus ausencias. 


Paseas la vista por esas calles tan conocidas y tan poco observadas. Ves los escaparates al otro lado de la acera que anuncian una nueva estación que te parece muy lejana. observas a las gentes que entran y salen apresuradas y poco a poco, en ese mirar sin ver, tu malestar se va diluyendo como las gotas de lluvia en el mar.


Repasas ese día, sentido pero no vivido. Buceando entretantos objetos familiares. Ha sido arduo vaciar la casa que te vio nacer, en la que pasaste tus días más felices. Hace semanas que deberías haberlo hecho pero lo has ido postergando por el dolor que te iba a producir sumergirte entre tantos recuerdos. 


El bus está parado en el semáforo. ¡Mejor! Ves pasar a la gente ajetreada, mirando el móvil mientras caminan sin ver el mundo que bulle a su alrededor. Y sigues con esa cantinela íntima que te persigue todo el día. Te ves vaciando los armarios, sacando sus ropas, las del padre y las de la madre. Vas descolgando los vestidos, los trajes, los jerséis, haciendo pequeños montones que acumulan tantos sentimientos como errores cometes al apilarlos distraída.


 Piensas que mientras mantienes todas esas cosas, parece que un pedacito de ellos todavía está contigo. Te duele y lloras, como no puede ser de otra manera porque la ausencia todavía está muy reciente en tu corazón. Separas los utensilios, los papeles, los adornos, pero la caja de fotos, medio oculta en la estantería a la que tu madre acudía para revivir el pasado, esa que recoge los mejores momentos de tu familia, esa, no puedes dejarla. 


Te sientes huérfana y el desenlace de tus años, que parecía tan lejos, ahora, al desempolvar tantos objetos que ya son historia, se hace más cercano; como si empujaras al tiempo y te acercaras poco a poco, pero inexorablemente, al precipicio. 


El bus arranca y te clavas sin querer la caja que reposa en tu regazo. Te hace consciente de que en su interior llevas instantes que no quieres olvidar. Vivencias con tus seres queridos y otras con gente que ha caminado contigo y que luego tomaron rumbos distintos. Y ves que la vida ha ido pasando furtivamente, diluida entre los dedos, como el agua que intentas recoger con las manos, como este bus que en su traqueteo adormece tus sentimientos pero que parada a parada llegará a su final.


Entreabres la caja desde el refugio de tu asiento, todavía queda viaje. Mucho viaje. Y coges sin sacar del todo las fotos, para que mantengan su orden, y evocas y sientes, y celebras. Una foto tras otra. Y sonríes o lloras.


 

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