Un momento de lucidez
Nadie oyó sus pasos.Sus pies caminaban por inercia, se movían por necesidad, y salieron de allí.Como si de un mantra se tratara, su mente repetía sin cesar “Aléjate, aléjate..” De repente, miró alrededor y se quedó quieta unos segundos; perpleja.No sabía dónde estaba.Ella siempre se había orientado a la perfección, nunca había necesitado mapas ni indicaciones.Conocía todas las calles, plazas, rotondas, avenidas, …Y, sin embargo, y por primera vez en toda su vida, fue consciente de que se había perdido.
Decidió sentarse y observar los movimientos de los demás: qué hacían y hacia dónde iban.En menos de cinco segundos, ya se percató que todos caminaban con prisa, como si alguien les estuviera esperando y llegaran tarde a una cita de vital importancia.Ellos sí parecían conocer ese lugar y se movían ágiles y decididos en diferentes direcciones.
Un logo le llamó la atención.Era una eme blanca dentro de un rombo rojo.Le era tan familiar que se asustó.En medio de tanto desconcierto, observar una imagen tan conocida era inquietante. Sin duda, era el símbolo del metro.Había dedicado la mayoría de su vida laboral a conducir el metro de Barcelona, y en los dos últimos años, diferentes líneas de autobús de la ciudad.Sabía que sus compañeros de profesión la habían apodado ”la GPS” y eso le enorgullecía.En ese mundo lleno de hombres, ella era el vivo ejemplo de que el prejuicio sobre lo mal que se orientan las mujeres era completamente falso.
Al cabo de unos minutos, notó una sensación extraña.Sentado en el andén, a su lado, había un niño que la miraba fijamente.Tal vez él estaba tan perdido como ella.Calculó que debía tener unos nueve años, tenía el pelo alborotado y una mirada intensa que parecía leer sus pensamientos.Un sobresalto le recorrió el cuerpo cuando un señor se acercó y le preguntó: “Susana, ¿pero qué haces aquí?¿Has venido a visitarnos? Pero ven, mujer, y así saludas a tus compañeros y nos presentas a tu acompañante” A pesar de ser una voz suave y delicada, se asustó tanto que sus músculos se agarrotaron y fue incapaz de moverse.¿Quién le estaba hablando? Ella no lo conocía de nada, y sin embargo, él la había llamado por su nombre.
La mano pequeña de aquel niño agarró con fuerza la suya, y la ayudó a levantarse.Mientras subían por las escaleras mecánicas, le dijo tiernamente: “No te preocupes, abuela, yo tampoco conozco a ese hombre”. Aquellas palabras la tranquilizaron.Aquel niño le generaba confianza, le resultaba familiar.Entoncesse dio cuenta: ese niño era el bueno de Luis, su hermano pequeño.El rostro se le alegró y ya no tuvo miedo.Hacía tanto tiempo que no le veía y ahora estaban juntos otra vez.Recordó cómo jugaban con los trenes: construían vías, colocaban puentes, casas, estaciones, pero lo más emocionante era cuando ponían en marcha el tren.Ella siempre imaginaba diferentes tipos de pasajeros que el maquinista debía llevar a su destino: mujeres con pamelas, campesinos con cestas llenas de fruta, niños con piruletas, científicos ilustres,…Pero, lo que más le gustaba era imaginar que transportaba grandes escritores que necesitaban aquel trayecto para crear la novela que les catapultaría a la fama. Detrás de aquellas pequeñas ventanas del tren, la vida entera latía a pequeña escala.
En ese instante, el alzheimer le dio una pequeña tregua y tuvo un momento de lucidez: supo que había logrado su sueño, ella había transportado a miles de pasajeros para que llegaran a sus destinos. Su cara se iluminó con una gran sonrisa.