FALTA
– ¡Vete a la mierda! – gritó el desconocido 1.
– Pero… ¡oiga! ¡Tranquilícese! – dijo Tiago.
– ¡Tranquilízate tú! ¡Tranquilízate tú! – respondió el desconocido 1.
– ¿Qué pasa? – preguntó el desconocido 2.
– El niñato éste, que va con la rubita haciendo el tonto y se paran en mitad de la puerta sin dejar pasar al resto – respondió el desconocido 1.
– Pero… no ve que no tengo ojos en la nuca, no puedo saber que usted está detrás si no dice nada… – contestó Tiago.
– Anda, vete por ahí - espetó el desconocido 1.
– ¡Ey! Déjalo, venga, vámonos… – le dijo Malen a Tiago, poniendo un poco de cordura en aquel desbarajuste.
Mirando a los niños de esos dos desconocidos tan enfurruñados, pensó: “Vaya ejemplo”. Les sonrió, quiso decir: “No pasa nada”. Evitó más líos. Guardó silencio y dejó ir el orgullo. No merecía la pena, no podría cambiar a esas personas en una sola conversación. Uno de ellos agarraba a sus hijos con el brazo, temeroso. Finalmente, Tiago simplemente bufó. Se giró, cogió la mano de Malen. Y se cambiaron de vagón ante la mirada de reojo del resto de viajeros, que prestaban atención a medias, por si las moscas.
No entiendo a la gente. Crispación generalizada. Todo el mundo en enfado constante. Será gi**!#+s! – dijo Tiago entre dientes. No puedo respetar a los que no respetan… No hay empatía ¿Ya nadie piensa en los demás? Mira a tu alrededor. Todo el mundo está a lo suyo, a nadie le importa nada. Todo el mundo con el móvil. Siguiéndose los unos a los otros. Obsesionados por saberlo todo de gente que no conocen. Y la persona que tenemos al lado, con la que nos chocamos si el tren frena más de la cuenta, nos importa un bledo – dijo Tiago, pasándose de frenada.
No es verdad. Entiendo tu cabreo, te has topado con un impresentable, pero no todo el mundo es así – respondió al fin Malen, que había dejado un tiempo prudencial de deshago.
Nos iría mejor si nos fijáramos un poco más en la gente que tenemos alrededor. Y no poner toda nuestra atención en los que están al otro lado de la pantalla – contestó serio Tiago.
Vale. Pues mira a tu alrededor. Pero mira bien. Porque veo mucha gente cediendo el sitio, disculpándose los unos con los otros, ayudándose en la escalera. Lo bueno del metro es que tiene cabida todo el mundo. Lo malo, es que en el mundo hay gente chunga. Eso ya lo sabemos. Hay gestos que lo cambian todo, para bien o para mal. ¿Entonces qué? ¿Te rindes? ¿Perdemos? Nos convertimos en aquello que odiamos. Todos impresentables, sin diferencia entre lo bueno y lo malo. No sabes qué problemas tiene cada uno, de dónde viene, o adónde va. No te digo lo de la otra mejilla. Contesta si tienes que contestar. Pero que nadie te quite las ganas de vivir. De vivir libre – contestó igual de seria Malen.
¿De vivir libre? Anda, tú sí que eres libre, que no me dejas ni desahogarme. Estando contigo a mí nadie me amarga el día. Amantes pasajeros. Es la siguiente – dijo Tiago sonriendo y dándole un beso.
Justo al bajar. Sin darse cuenta. ¡Bang! un golpe. Una rápida maleta golpeó a Tiago en una pierna. De esos golpes que te acompañan un par de días.
¡Ostras! ¡Lo siento muchísimo! Perdóname de verdad. No te he visto – dijo Blanca avergonzada.
Tiago, un poco rojo por el golpe, pensó en ponerse borde. Pero contestó – ¡Claro! No tienes ojos en la nuca.
– Te ayudamos – dijo Malen.
– Jolín qué majos, mil gracias y lo siento de nuevo. Que tengáis un buen día – dijo Blanca buscando palabras de agradecimiento.
A lo que los dos respondieron: -Sí, que nos hace FALTA.