Breve encuentro
No recuerdo bien la primera vez que lo vi Era uno de esos personajes del metro que uno se cruza seguido, pero que nunca se llega a registrar del todo. A diferencia de la mayoría de la gente, que siempre parece estar corriendo hacia algún lado, él parecía vivir en una eterna deriva. Siempre deambulando, con la mirada perdida. A menudo, cuando la gente se levantaba del asiento del andén para entrar en el vagón, él permanecía allí sentado, inmutable.
Una noche, al volver del bar, el metro se demoró varios minutos por un accidente en las vías. A mi lado estaba este hombre. Comenzamos a hablar, comentando la desgracia del incidente, y sus consecuencias. Entre una pregunta y otra el hombre fue contándome su vida. Sentí que él tenía ganas de hablar, y yo no tenía problema en escucharle . Sacó una foto de su bolsillo y me la mostró. En ella aparecía él con unos años menos, sonriente, con una mujer igualmente sonriente a su lado. Cuando la gente sonríe en las fotos suele haber cierta falta de naturalidad, pero aquí parecía como si ellos no se hubieran percatado que estaban siendo fotografiados. Me contó que siempre había sido una persona bastante escéptica, que había pensado que las historias románticas habían tenido una influencia negativa sobre la humanidad, dando falsas expectativas a la gente, que solo acabarían en desilusión. Pero si tenía que ser sincero, diría que los años que pasó con ella habían sido los más felices de su vida. Nunca conoció una persona con la que hubiera tenido una conexión tan profunda. Me contó sobre sus numerosos proyectos, la casa que compraron y el hijo que gestaron. Que un día su esposa fue trasladada de urgencias a la sala de partos, pero nunca volvió. Que los enterró en la misma parcela. Que nunca pudo volver a trabajar y terminó refugiándose en el metro. Llevaba viviendo allí más de diez años.
Se me ocurrieron miles de preguntas para hacerle, pero no quise entrometerme en su vida privada. Expresé mis condolencias por su situación. Me comentó que quiso fugarse de su vida, enterrarse en una suerte de purgatorio. Su decisión no obedecía a la razón sino al puro impulso. Me explicó que aun cuando quiso escaparse del mundo, si uno se queda suficiente tiempo en un lugar, puede ver pasar el mundo entero por allí.
El metro finalmente apareció y me paré para prepararme a abordarlo. Imaginé que el hombre no subiría, así que me despedí de él. Al subir lo vi permanecer sentado afuera, inexpresivo. No tengo claro si la policía lo detuvo, si volvió a la superficie o descendió al inframundo, pero nunca más volví a verlo.