La diosa Hécate baila Abracadabra en la L1
Tenía el presentimiento de que la muerte se acercaba, de que ese manto azabache de verdad y alegoría caería imperceptiblemente en su última uña, pasando por el lomo postrado y la cabeza misericordiosa, pensante a veces, irremediablemente pecadora. Ingresó en el vagón aparentemente nuevo, pues en la eternidad todo resultaba confuso. Próxima parada: Catalunya. Esclava anunciaba la llegada de Hécate durante la madrugada, mientras vagaba por los jardines de Montjuïc con los brazos en uve y los ojos huérfanos de pupilas. Los jilgueros danzaban endiablados, golpeándose contra sí mismos y las amapolas parecían supurar un rocío de hiel. Las briznas de hierba se balanceaban desesperadas, como si cada golpe de viento fuera la sacudida de un destino irrefutable. El polvo de la tierra se erigió en una estatua de sal con vida propia, que comenzó a caminar y a emitir espasmos y escupir en las fuentes. Al ingresar en el andén fue detenida por el guardia de seguridad. Orden en el caos, señorita, gritó. La diosa Hécate bailaba Abracadabra en el lago revuelto de tragedia y abismo, donde hasta el Apocalipsis se había retirado por sentirse pasado de moda. El porvenir de la diosa no era más que el pensamiento humano, despojado al fin de mezquindades, liberado de la condena social. Cuando Esclava reparó en la fuente sólo vio una alondra remojándose en un charco de agua. La estatua de sal sigue vagando por la L1, sigue buscando a la diosa que está bañándose felizmente en el límite de la conciencia.