Aurora boreal
El metro avanza veloz a través de la oscuridad. En esa zona hay una ligera pendiente y el convoy alcanza los 80Km/h. La conductora lleva a una compañera en cabina.
—Han puesto unas luces en el túnel con diferentes colores y, a medida que vas pasando, cambian las tonalidades. Es como si atravesaras una aurora boreal—. La conductora no dice nada y la compañera sigue hablando. — Han añadido un mensaje por megafonía para avisar al pasaje. La verdad es que ha quedado muy bonito.
La conductora no pregunta dónde han puesto las luces, en qué zona, o en qué tramo. No pregunta nada. Hace tiempo que le da todo igual. No está pasando por una buena época. No es por nada en concreto. Tiene lo más importante: salud y trabajo; pero se siente sola, muy sola. Hace tiempo que no tiene pareja. Nunca ha tenido hijos ni propósito de tenerlos. Lee, pasea y come como cualquier otra persona, pero no le dedica el tiempo suficiente a ninguna actividad como para considerarla una afición. Su horario de trabajo le dificulta la vida social. Apenas conoce a un par de personas con las que mantener una conversación de más de dos minutos y son compañeros de trabajo con los que coincide en el trabajo.
«Aurora boreal», resuena en su cabeza. La compañera tal vez no se ha dado cuenta de la coincidencia con su nombre. « ¿Se acordará de que me llamo Aurora?», se pregunta. En el trabajo todo el mundo se llama por el apellido, pero esa compañera es precisamente una las pocas personas con las que intercambia algo más que un saludo. Aurora supone que debe conocer su nombre de pila, aunque nunca se lo ha dicho expresamente. Son muchas personas y muchos turnos. Intenta hacer memoria sobre cómo se dirige a ella y cae en la cuenta de que nunca pronuncia su nombre. Su compañera es una de esas personas que se dirige a todo el mundo con un guapi en cada frase. «Guapi, esto. Guapi, lo otro», recuerda Aurora. «Seguramente conoce a tanta gente que no recuerda el nombre de todos. Así no se equivoca. ¿Cómo se llama ella? ¿Laura? ¿Cristina?». A Aurora tampoco se le da bien lo de recordar los nombres, por eso nunca se lo tiene en cuenta a nadie.
Aurora cierra los ojos una fracción de segundo intentando recordar el nombre de su compañera. Al abrirlos, una vorágine de luces de colores ha inundado por completo el tren. Un canto de admiración proveniente del pasaje atraviesa la puerta de cabina. Acostumbrada a la oscuridad del túnel, aquel espectáculo visual dilata por completo sus pupilas y le abre la boca hasta obligarla a emitir un gesto similar de sorpresa. Su compañera sonríe complaciente y le dice:
—Mira, guapi. Como tu nombre, Aurora.
Las luces le iluminan el rostro, pero son las palabras las que aportan la luminosidad que necesitaba para su abatido estado de ánimo. «Alba, se llama Alba», recuerda sonriente Aurora, feliz por la afortunada coincidencia.