El metro de mis recuerdos

Antonio Tomasio

El metro se detuvo con un corto chirrido en la estación de Catalunya. Era una mañana cualquiera en Barcelona. Para Adrià, con solo siete años, aquel era un día especial. Su abuela lo había llevado de paseo en el metro para contarle una historia de la familia.


—¿Sabías que mi padre, tu bisabuelo, ayudó a construir todo esto? —le dijo ella con una sonrisa cálida mientras le explicaba en qué había participado su padre.


Adrià la miró sorprendido. Para él, el metro siempre había existido, como los edificios o el mar.


—No puede ser. ¿En serio?


—Oh, sí. Allá por 1920, cuando comenzaron a cavar los túneles, tu tatarabuelo, Arnau, era obrero. Trabajó en la construcción del Gran Metro de Barcelona, que inauguró su primer tramo entre Lesseps y Catalunya en 1924. Él siempre decía que Barcelona no sería la misma sin el metro.


Subieron en Lesseps, donde empezó todo. Adrià miró alrededor, viendo a gente de pie, leyendo, con auriculares, mirando el móvil. Nadie parecía pensar en cómo había comenzado todo, en que alguna vez no había estado ahí.


—Cuando inauguraron el metro, ahora la línea L3 —continuó la abuela—, fue un acontecimiento enorme. La gente tenía miedo de bajar bajo tierra. Decían que el aire era venenoso.


—¡Sí, qué raro!


—Con el tiempo, el metro se volvió parte de la ciudad. Tu tatarabuelo estaba tan orgulloso de su trabajo que llevó a su hijo, mi padre, a dar un paseo en el metro el día de su inauguración. Años después, cuando mi padre ya era conductor, me llevó a mí a recorrer estos túneles, contándome las historias que él había escuchado de su padre.


Adrià imaginó la escena: una niña pequeña, de la mano de su padre, descendiendo por unas escaleras con olor a piedra húmeda y aventura. Él también, ahora, estaba de la mano de su abuela y con los ojos muy abiertos.


—En los años 50, mi padre ya era conductor. Siempre decía que cada vez que arrancaba, pensaba en su padre y en cómo había ayudado a construir estos túneles.


—¿En la familia siempre hemos estado conectados al metro?


—Así es. Mi padre, cuando podía, me llevaba en la cabina del tren. Yo miraba las luces en los túneles y escuchaba el sonido de las ruedas sobre los rieles. Y el viento que anunciaba silenciosamente que el metro ya llegaría. Era mágico.


Adrià se imaginó dentro de un vagón antiguo, viendo los túneles oscuros iluminarse de repente con los reflejos de las luces de la estación. Él también sentía algo especial por el metro, aunque nunca lo había pensado así.


Llegaron a Sants-Estació, y la abuela suspiró.


—Aquí, en Sants-Estació, subí por primera vez al metro con mi padre.


Años después, aquí también me despedí de él la última vez que lo vi como conductor. Se jubiló cuando modernizaron los trenes en los años 80. Decía que el metro había cambiado, pero que seguiría siendo el corazón de Barcelona.


—Quizá algún día yo también trabaje en el metro.


La abuela le revolvió el pelo, riendo.


—Puede ser. O quizá solo lo ames como nosotros lo hicimos.


Volvieron a ponerse en marcha, y Adrià sintió que, por primera vez, no solo se movía en el metro, sino por la historia de su familia.


Adrià miró el reflejo de su abuela en la ventana y, por un momento, creyó ver que en la oscuridad del túnel alguien lo saludaba. Sintió un escalofrío, no de miedo, sino de reconocimiento. Como si, en ese instante fugaz, su historia se uniera a la de todos los que vinieron antes que él. Eran sus antepasados. Esa era su historia.


 

T'ha agradat? Pots compartir-lo!