Junio del 89

Black Frog

Cuando se encontraron no buscaban un milagro, ella vivía en el verano y a él, el sol siempre le había hecho daño. Sin razones para amarse, se cogieron de la mano y bajaron por la Rambla, acelerando sus pasos como huyendo del diablo. Apenas unas palabras en aquel oscuro antro y la sonrisa de la chica se le metió entre los huesos. Y él, que siempre estaba triste como el día de los muertos, la iluminó con retales de canciones con los que cosía versos.


Ya quería amanecer, y en Barcelona, dormida, reinaban el silencio y el olor de un mar que jugaba con el viento para subir por la Rambla, para llegar hasta ellos y aderezar el momento con sal, con bruma y con óxido de hierro de algún ancla que se quedó para siempre bajo el agua del puerto.


En los peldaños del metro esquivaron a  dos borrachos ya vencidos por la noche, o quién sabe, ya vencidos por la vida, y la luz del vestíbulo atravesó sus pupilas, invasora, sin permiso, amargándoles la huida.


En un banco vacío del andén, que ya cobraba vida… El andén, el banco seguía inerte… Cayeron entrelazados y sintieron que flotaban… Y si no venía un tren hasta el fin de los tiempos y sus esqueletos se deshacían en polvo allí mismo ¡Mejor!


No llegó el fin de los tiempos, llegó el tren. Resignados, entraron buscando otro lugar para seguir desnudando sus vidas, volando bajo una ciudad que quería despertarse. Y llegaron a la parada de la chica en un milisegundo, y no se enteraron. Llegaron a la última parada y tampoco, y descubrieron que los trenes no caen al vacío al final del túnel, que encuentran la forma de salir y empezar otro viaje.


 Ella hablaba de poesía triste, y de las tormentas que se desencadenan en el corazón, de botes de pastillas en la mesilla de noche y jeringuillas en el cajón, de luces azules en la noche lluviosa… De familias ricas con el alma podrida.


Y él, de canciones que se meten en las venas y no pueden salir, y del miedo que te paraliza cuando estás solo, de las dudas que nunca se disipan, y de sangre y cristales rotos en una carretera secundaria. Y de no dormirse nunca más y quedarse en aquella noche para siempre.


En algún momento ella volvió a la Tierra y con un alambre que nadie sabe de dónde salió, escribió rayando la pintura del vagón: “Para siempre despiertos”.


Fue entonces cuando se enredaron sus almas. Y nunca se podrían desenredar. Ni cuando las cenizas de sus esqueletos desaparezcan, ni cuando las estrellas se apaguen. Ni cuando se termine el tiempo.


Ya nadie contaba con ella... Bella y elegante… Implacable y devastadora. La mariposa que ayer batió sus alas en Tokio ocasionó un terremoto en sus entrañas, y la unión de dos almas inocentes, alumbró sin saberlo un ángel negro que saldría del tren con ellos para caminar siempre a su lado, en lo bueno y en lo peor. A veces invisible, o bajo el aspecto de un hombre sin sombra. Y Barcelona se cubrió de nubes negras. Mientras, en las estanterías de discos del carrer Tallers, aparecía un vinilo de nombre Bleach de tres chicos de Seattle, que aparte de la recién formada pareja, casi nadie compraría.


Y en algún momento ocurrió, diluidos en una plaza colonizada por el tráfico y silenciados por el bullicio de una mañana de sábado. La primera despedida, bajo el cielo más oscuro que nadie había visto, sus labios se despegaron y sus manos se soltaron lentamente. Por primera vez en muchas horas, había aire entre ellos.


Muy cerca, empuñando una pistola oculta en el bolsillo de su chaqueta. El hombre sin sombra observaba a la gente.

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