UN VIAJE VALIDADO
Arrastro los pies hacia las escaleras mecánicas con el corazón en un puño y la espalda encorvada por el peso que llevo encima en la mochila; no dejo de pensar en la inmensidad de problemas a resolver que acaparan mi atención. Pero soy incapaz de concentrarme en esto ahora mismo, sólo de pensarlo me ahogo en la profundidad de mis pensamientos y emociones.
Y así transcurre una y otra vez mi día: trasladando mi ser, con la mochila como apéndice, del trabajo al metro para irme a casa a descansar y abstraerme de una rutina apegada a mi persona.
Diviso en el horizonte la puerta del vagón del metro cerrándose y tengo que echar a correr cual guepardo hasta entrar quedándome casi sin existencias de las últimas reservas de aire. − ¡Menos mal! − Pienso aliviada; ya creía que entraría otra piedra más en mi mochila, haciéndome perder la estabilidad.
Por el rabillo del ojo veo que hay un asiento disponible al lado de la puerta, pero al momento noto unos ojos taladrándome, esperando mi distracción para asegurarse el mismo asiento de mi elección. Me siento como si estuviera en un duelo de vaqueros; los dos tensos para ver quién actúa primero. Al ver que levanta un poco el pie me muevo con ligereza y consigo el tan amado asiento; ya me lo dice mi padre –“Eres la más rápida de Texas”–.
Veo los minutos pasar hasta que recuerdo que tengo un libro olvidado en la mochila, deseando ser el centro de mi atención por un tiempo; siempre llevo uno encima para estos momentos. Mientras leo, me dejo absorber por la historia hasta que me transformo en una persona diferente, con un recorrido por la vida alternativo y una aventura por emprender, tanto que me olvido hasta de mi nombre.
De pronto, noto un cuerpo extraño tocando mi pie derecho que me despierta curiosidad, desviando mi interés por saber la parada de metro en la que me encuentro. Cuando miro hacia abajo alcanzo a ver la punta de un maletín de cuero envejecido contemplándome algo cohibido, pero al mismo tiempo con esperanza de ser sacado de su anonimato. Miro a mi alrededor esperando ver a su dueño, pero con escasos resultados; después de varios minutos buscando por todo el vagón llego a la conclusión que ese bulto ha sido relegado al olvido.
¿Pero, por qué? Reflexiono atónita ante tal dejadez: ¿será que alguien distraído ha perdido documentos confidenciales que nunca llegarán a su destino? O ¿tal vez es de un desdichado comercial que ha abandonado un maletín lleno de muestras de producto con la intención de captar la atención? Mmmm… Empiezo a pensar que la única forma de saber qué se encuentra dentro del susodicho es abrirlo; ya sea para bien o para mal.
Medito durante unos segundos, pero caigo en la cuenta de dos aspectos: una es que, al parecer, soy la única interesada en el maletín, y la otra es que su contenido me atrae como el polen a las abejas. Sin embargo, antes de abrirlo, le doy vueltas por si su aspecto me da pistas sobre su interior; pasando la mano por encima compruebo que tiene pegado en el exterior un papel escrito: pone “Para ti, que esperas tanto de la vida, pero ésta no consigue alcanzarte”.
A medida que voy levantando la tapa, mis ojos duplican su tamaño al ver lo que contiene: Una fotografía de cuando era niña con un beso rojo estampado, y una pluma de ave. Y así, de repente, se despeja la niebla de mi mente y comprendo cómo el día de hoy marca un hito en mi vida: se convierte en un viaje ligero y validado.