El acelerón del metro

Quim

Cada vez que suenan los pitidos que anuncian el cierre de puertas, me preparo, me coloco entre sus piernas y lo busco con la mirada. Ya vamos, ¿no? Le pregunto con los ojos. Es una sensación que aún no acabo de entender. Se me arquea el cuerpo, pero mantengo el culo y la cabeza en el mismo lugar. Me convierto en un arco de tiro. La sensación dura poco y, cada día, me gusta más. Con el tiempo he aprendido a apoyarme contra su pierna para no salir disparada hacia el final del vagón. Y ahora incluso busco ponerme de lado para dejarme llevar. Me divierte porque no hago nada de fuerza para controlar mi peso contra su pierna, y a él le cuesta cada vez más mantenerme en el lugar.


 


La gente me suele mirar y, casi siempre, me sonríe. Algunos incluso intentan darme confort. Lo que pasa es que quieren tocarme la cabeza, y eso no me acaba de gustar. Preferiría que me chocaran un hombro, como si fuera un colega al que no ves desde hace mucho tiempo y del que no recuerdas el nombre, pero él tampoco recuerda el tuyo.


 


Volviendo al acelerón...


 


Suelo mirar hacia arriba, buscando su mano para darle un golpe con el morro cubierto por el bozal. Le estoy diciendo: ¡Fua! ¡Cómo mola esto! Normalmente no hacemos viajes largos, tres acelerones y bajamos: Badal, Plaça de Sants, Sants y salimos en Entença. Esto ya lo tengo controlado, y aunque sé que son tres paradas, soy de las que quiere bajar cada vez que se detiene el tren. Ahora ya se anticipa y me avisa segundos antes: "Aquí no es, tranqui". Pero yo hago el amago y me parto. En los últimos viajes ya ni se ha inmutado, ya sabe que voy de farol. Algún día bajaré de verdad y verás qué risas.


 


En ocasiones contadas, alargamos el viaje. ¡Más acelerones!, pienso yo. Incluso, a veces, hacemos transbordo. Aunque, en realidad, no os lo recomiendo, hay un montón de gente y nadie me ve, y ahí voy yo, atada y sorteando viajeros. ¡Lo hago bastante bien!


 


¿Y el tema de las escaleras mecánicas? ¡Menudo invento! Cómo se me clavan los rieles en las patas ¡Y tengo cuatro!


 


Perdón, vuelvo...


 


En cada arrancada me descoloco, y cuando ya cogemos velocidad intento reubicarme, pero nada sigue igual a como lo dejé. Ahora hay nuevos objetos que investigar y otros que mi olfato va perdiendo en la lejanía. Además, tengo otras personas a las que habría que saludar. Aunque no está fácil porque no suele dejarme. Pero, a veces, se despista y aprovecho para rozar el bozal en pierna desconocida. Me pica bastante ese trozo de tela.


 


Ya estamos llegando: "Ya nos toca, ¿lista?" Andén, escaleras, puertas, más escaleras… y hemos llegado.


 


¿Sabéis? De donde yo vengo, no tenemos la opción de subir al metro. Si tienes suerte, sientes el acelerón de un coche, pero nada que ver. De hecho, no podemos hacer casi nada. Además del transporte público, no nos permiten la entrada a los centros comerciales ni a las tiendas, ni podemos estar en muchos lugares al aire libre. ¡Ni siquiera podemos tumbarnos en el suelo de una terraza!


 


Por eso, aquí, aunque sólo sean diez minutos de viaje, los disfruto. Voy acompañada, nos movemos rápido entre lugares que me son amigables y siempre acabo haciendo algún coleguita en el trayecto. No tengo claro qué es lo que más me gusta de haberme mudado a tantos kilómetros de mi lugar de origen. Lo que sí sé es que, ahora, cada vez que damos una vuelta y pasamos por delante de la boca de metro de Badal, me ilusiono al pensar que estamos pillando el metro.


 


¡Cómo me gusta escuchar esos pitidos y prepararme para el acelerón!

T'ha agradat? Pots compartir-lo!