LLÁMAME
Era viernes por la tarde del fin de semana de Carnaval y yo sin disfraz. Urgía una visita al chino de la esquina.
- ¿Tienen disfraces?
- Sí, a la delecha.
La oferta era amplia. Las tallas no. Solo dos opciones en XL: Elvis o Mario Bros. Como nunca me gustaron los videojuegos, elegí ser el Rey de Rock.
Me lo probé allí mismo. Era la viva estampa del último Elvis, el de los setenta, con tupé, gafas oscuras de montura dorada y barrigón.
Spiderman me abrió la puerta. Me preguntó mi nombre y lo anotó en la esquina de una etiqueta adhesiva. En el centro escribió ELVIS. Al pegarla en mi pecho, sus manos emborronaron mi nombre, pero no mi alter ego.
En la cocina encontré a Marina, la anfitriona, preparando canapés y aperitivos. Tras saludarnos y admirar nuestros disfraces, -ella era Morticia Addams-, le eché una mano mientras nos poníamos al día.
Cuando completó dos bandejas, Marina cargó una en cada mano y se dirigió al salón voceando para repartirlas. Me dejó solo cortando crudités para los invitados vegetarianos.
El timbre sonaba con insistencia. Al ver que nadie abría, lo hice yo. Era una chica, con el pelo recogido y una diadema de flores que acunaba una gran bolsa con botellas, vasos de plástico y hielo.
- ¡Hola! ¿Dónde está la cocina? El asa se ha roto y ya no puedo más –dijo desesperada.
La ayudé a descargar. Nos presentamos y se quitó la chaqueta. El resto de su disfraz era un vestido estampado de vivos colores y falda ancha. Estaba espectacular, pero yo no sabía qué personaje era y eso me intrigaba.
Para romper el hielo, brindamos con dos tequilas que sirvió ella. Animado por el alcohol me lancé a desvelar el misterio.
- ¿Puedo preguntarte algo?
- Sí, claro -respondió ella.
- ¿Qué personaje eres?
- ¡Ah! espera, que me falta un detalle.
Sacó un estuche de maquillaje de su bolso, destapó un pequeño lápiz de ojos y, mirándose en un pequeño espejo, unió sus cejas con una línea gruesa de color marrón.
- ¿Y ahora? -dijo mirándome fijamente.
- ¡Claro!, eres Frida Kahlo -respondí yo.
- Pues claro güey -dijo ella con acento mejicano.
Nos reímos a carcajadas. Aquello fue el principio. Hablamos durante horas en las que, poco a poco, nos hicimos cada vez más cómplices.
Frida ganó el premio al mejor disfraz de la fiesta. Marina le entregó el trofeo, un pollo de goma con pito incluido que ella hizo sonar levantándolo con las dos manos para celebrarlo.
A las seis de la mañana cesó la música. Marina se despidió de todos nosotros, dándonos sobras y bolsas de basura.
Fuimos juntos hasta el metro, donde me di cuenta de que vivíamos en direcciones opuestas. Como el mío tardaba un poco más que el suyo, la acompañé a su andén y nos sentamos a esperar repasando los mejores momentos de la noche.
- Tengo sed ¿tienes para un agua de la máquina?
- Voy a ver -dije yo.
Frente al vending, mientras rebuscaba calderilla en mis bolsillos, noté que su metro llegaba y yo allí sin despedirme. Mi torpeza y los nervios hicieron que se me cayeran las monedas. Por instinto, me agaché a recogerlas y entonces oí los pitidos que indicaban el cierre de las puertas.
Me levanté y la vi dentro del vagón, sonriendo, con el pulgar y el meñique de la mano derecha extendidos entre su oreja y los labios. Su mano izquierda señalaba algo detrás mío.
El metro partió y me quedé solo lamentando su ausencia. Abatido, volví al banco y entonces lo vi claro. Supe qué quería decirme con sus gestos. En el banco estaba el pollo de goma y en su cuerpo, escrito su número de teléfono.