No muy lejos
No muy lejos de mí, observando su reloj de mano, se encontraba un señor. Me acerqué a él y le pregunté:
- Disculpe, ¿no le parece extraño que no haya nadie salvo usted y yo en la estación?
- Disculpe usted, joven, ya está a punto de llegar el metro. Siéntese, siéntese a mi lado y disfrute del espectáculo.
No sé por qué, pero lo hice.
Era un hombre muy curioso, de avanzada edad y con una extraña vestimenta; sin duda elegante y de estilo conservador. Llevaba un bombín, traje de tres piezas cruzado gris neutro y un bastón con mango cromado Fritz donde apoyaba una de sus manos.
- ¿De qué espectáculo habla? Le comenté.
- La impaciencia nunca fue buena. Contestó algo molesto, moviendo su bigote de herradura.
Allí permanecí, ahora en silencio y a la espera… Realmente era muy curioso que en la estación de Passeig de Gràcia, sólo estuviésemos aquel caballero y yo.
Un creciente silbido anunció la inminente llegada del metro. Un chirrido, su frenada.
- Justo en hora. ¿Qué le había dicho, joven? ¡Que se abra el telón! ¡Que se abra el telón! -dijo.
Estaba, estábamos sentados como si tratase de algo ya orquestado frente a la apertura de las puertas del primer vagón y realmente lo del “telón” tenía su gracia.
- Un placer caballero, le dejo. Que tenga un buen día.
- ¡Pero si acaba de comenzar la obra! Quédese, joven, quédese junto a mí, por favor.
Le miré a los ojos...
- De acuerdo, me quedaré.
- Como podrá observar, la paciencia es una de las virtudes del ser humano. ¿Cómo salen y entran tantas personas sin haber choque o conflicto? Gentes, además, tan diversas y lo más sorprendente, a tanta velocidad.
- Pues ahora que lo dice, tiene razón.
- Antes era distinto.
- ¿A qué se refiere?
- Antes... Antes todo era distinto... ¿Es bonita la estación de Aragón, verdad? -dijo señalándola a derecha e izquierda con su bastón.
- Perdóneme, usted. Esta estación se llama Passeig de Gràcia.
- Aragón -contestó mirándome de tal manera que me empequeñeció. Para proseguir, tras unos minutos de pausa y ya con tono más relajado:
- ¿Sabe por qué se llama Aragón? ¿Quiere conocer su historia en los momentos de guerra y, a Dios gracias, en los de paz? ¿Y algunas de las tantas anécdotas que he visto, como personajes célebres que por ella han pasado?
Yo seguía intrigado, pues en la estación volvíamos a estar solos. Al poco, un creciente silbido anunció la inminente llegada de un nuevo tren. Un chirrido, su frenada. Tenía que irme...
- Un placer, caballero, pero he de irme -le dije.
Le volví a mirar a los ojos, pero esta vez asintió con la mirada. Se abrió el "telón", entré, etc., etc.
Me giré y entre el tumulto le pregunté:
- Por cierto, ¿cuánto lleva ahí sentado, y sin subir al metro?
- Cien años -respondió.
Se cerraron las puertas y el tren se marchó. No podía ser, cien años...
A la mañana siguiente, a la misma hora, como cada día, me dirigí a la estación. Hoy nuevamente no había nadie, ni siquiera el señor. Ya casi acostumbrado a esa situación de soledad, decidí ir a sentarme en el sitio donde había estado con el “caballero de los cien años”.
Allí encontré un sobre, cerrado a lacre, en el que escrito a pluma ponía Para usted, joven.
Lo abrí, claro, y en la nota interior decía:
- Siéntese, siéntese y disfruté del espectáculo de la vida.
En recuerdo de mi padre,
Jaime Vila Sanz, empleado 2575