Estació: Monumental
“Quiero celebrar mi cumpleaños en el metro”. “Estás loca Nora, ése no es lugar para celebrar un cumpleaños. Es obscuro, está lleno de túneles y gente”. “Que quiero Raúl, es lo que me gusta y punto”. Raúl, murmurando fastidio, abandonó la sala. Conocía bien a su mujer después de treinta años de matrimonio y no la haría cambiar de opinión. Era terca como una mula, pero él la había elegido y la amaba así. “Nora” la llamó en voz baja. “¿Mmm?” “Sobre mañana”. “No quiero saber nada de mañana ¿Cuarenta años conmigo y aún no sabes que amo las sorpresas?” “Es que… ninguno de tus amigos quiere ir”. “Estará quien tenga que estar” decretó, sin inmutarse. Al día siguiente, Raúl caminaba por la calle, malhumorado y con el sol dándole en su cabeza calva, mientras cargaba una mesa plegable y en el antebrazo tenía agarrada una bolsa con cosas de cumpleaños. Nora iba a su lado, campante y alegre, saltando por la acera como si pisara sobre nubes. En la boca de la Estación los esperaba la hermana de Nora, Silvia, y Paco, su marido, cargados como burros y con cara de pocos amigos. Bajaron por el ascensor todos en silencio, menos Nora, que estaba exultante de emoción. “¡No saben lo feliz que me hace que estén aquí! ¡Es un sueño para mí!” “O una pesadilla para otros” “¡Paco!” lo reprendió Silvia, tirándole de las orejas “¡Estamos muy contentos de acompañarte en tú día!” corrigió. “¿Dónde quieren hacerlo?” preguntó Silvia, al llegar al vestíbul. “Más abajo” decidió Nora por todos. “O sea, tenemos que pagar además los billetes de metro que no vamos a usar” susurró Paco a Raúl . “No seas tacaño, Paco” “Tú me rellenas la T-Mobilitat después”. “¿Y ahora dónde?” volvió a preguntar Silvia, que parecía ansiosa por salir del embrollo. “Por las escaleras mecánicas” marcó Nora, guiando el paso. “Esto es de nunca acabar” murmuró Silvia. Nora torció hacia la abertura y se dirigió hacia donde pasaban los trenes. “Espera” la detuvo Raúl “¿no querrás que montemos todo en el andén?” “Es justo lo que quiero”. “¿Qué es esto Nora?” . “Alisto las cosas para mi cumpleaños” respondió sin prestarle atención. Exasperado, se acercó y la tomó de las manos. Luchando por conservar la calma le dijo: “Nora, sabes que te quiero mucho. Te prometí hace años cuidarte en salud y enfermedad, pero esto es demasiado. ¿Celebrar en el andén?”. “No seas melodramático Raúl. Ayúdame e hincha este globo”. Raúl tomó el globo y lo dejó caer al suelo. Por primera vez, la sonrisa abandonó los labios de Nora. “No, Nora. No quiero hinchar globos ni ser partícipe de esto. Nos has humillado a todos con tu capricho ¡Nadie se atreve a decírtelo a la cara, pero tu hermana y el energúmeno de su marido piensan que estás desquiciada por arrastrarnos a celebrar tu cumpleaños en las líneas del tren ¡Y para peor, eliges el lugar más concurrido! ¡Es como si disfrutaras con avergonzarnos! Su voz acalorada fue apagada por la apertura de puertas de uno de los vagones, y por el interior del tren se filtró:“Estació: Monumental”. “¿Es ése…?” inquirió Silvia. “Lo es” contestó Nora, orgullosa. “¿Quién es quién?” preguntó Raúl confundido. “Es Ricardo, su padre, fallecido. Si pones atención, es la voz que anuncia la parada en la estación. Unos segundos después, el vagón abrió sus puertas para dejar oír la voz de su suegro. “Es por eso que querías celebrar tu cumpleaños justo aquí” concluyó Raúl, conmovido. “Querías pasarlo con tu padre".