SUEÑOS PASAJEROS

Catenaria Errante

El balanceo del tren me hace despertar, abro mis ojos y estoy solo, el vagón se extiende como un túnel metálico y solitario, iluminado por un resplandor blanco inalterable. Estoy en la L3, pero no sé hacia dónde voy. Al principio no me lo cuestiono. Miro los asientos azules y rojos que esperan sin prisa a pasajeros ausentes en el último tren del día.


Una voz me saca de mis pensamientos: propera parada Catalunya. Me acomodo en el asiento junto a la ventana y observo el túnel que me resulta vagamente familiar a pesar de su oscuridad. En la penumbra, el reflejo en la ventana me devuelve una imagen borrosa.


Por un momento, no reconozco mi propio rostro.


Las luces parpadean, cuando se estabilizan el tren se detiene, pero algo ha cambiado. Los carteles en las paredes son distintos y la luz ha adquirido otro tono, más amarillento, más tenue. Afuera, los pasajeros visten ropas que no coinciden con mi época. El tren se ve antiguo y nuevo a la vez. Me levanto, miro a mi alrededor, todo me resulta inquietantemente correcto y errado al mismo tiempo. La gente no entra y tampoco parece que puedan verme. Estoy tentado a bajar, cuando… entonces lo veo.


Un hombre de abrigo largo y gafas oscuras en el extremo del vagón.


Me está observando.


El tren continúa su viaje. La voz anuncia: propera parada Aragó. Giro mi cabeza confundido, ¿qué estación es esa? Busco el mapa de las líneas, pero ha desaparecido, llegamos a la estación en unos segundos y el hombre del abrigo se esfumó al igual que passeig de Gracia. Todo ha vuelto a cambiar.


El aire está cargado de polvo y miedo. La estación es oscura y fría.


Miro por la ventana y veo personas escondidas en los túneles, refugiadas del mundo exterior. Sobre el suelo hay velas encendidas, sombras apretadas contra las paredes. Un niño llora en brazos de su madre.


Algo dentro de mí se agita.


Yo…yo conozco esta escena.


Intento decirme que es imposible. Que no puede ser la Guerra Civil, pero sé que lo es.


El hombre de gafas oscuras hace una nueva aparición, de pie en el andén continuo. Intento convencerme de que esto es obra del cansancio, pero todo se siente muy real. El tren acelera y la inercia me incita a alcanzar al hombre misterioso.


—Oye, tú. —pero ignora mis palabras y sigue su andar. Lo persigo a través de los pasillos que parecen interminables, mientras más camino de alguna forma me siento más conectado al metro. Sé dónde empieza un túnel porque la temperatura cambia. Sé dónde termina una curva porque mi cuerpo se balancea. El hombre sigue lejos de mí, inalcanzable.


El tren sigue avanzando y en cada parada el tiempo se derrite más, a pesar de eso, todas las estaciones me resultan conocidas.


Los juegos olímpicos. Turistas abarrotando los vagones, banderas ondeando, el murmullo de miles de voces. Cuando alcanzo al hombre de las gafas, se gira y me entrega un boleto de metro con el número cien.


—¿Qué significa esto?


Él sonríe con tristeza.


—Siempre lo olvidas —dice.


Y en ese instante, la realidad me golpea con la fuerza de un choque en las vías.


No soy un pasajero.


No soy un hombre tomando el último tren.


Cada vez que regreso a la cochera sueño que tengo un cuerpo y puedo caminar por mis propios vagones. Cuando me conectaron absorbí las memorias de todos los trenes que estuvieron y de los que están, todos enlazados por las vías y las historias que se escriben en el metro. Cien años de recuerdos viven en mí para hacerme compañía. Con la imagen de las sonrisas que he visto hoy, cierro mis ojos y vuelvo a soñar.

T'ha agradat? Pots compartir-lo!