El Épico Transbordo de Paseo de Gracia

Roni

Mucho se habían esforzado en silenciarlo, pero el rumor ya se había corrido, a pesar de que TMB lo había desmentido en más de una ocasión. No era cierto, ni lo había sido nunca, que la prueba olímpica de los 100 metros lisos se hubiera corrido en el transbordo de Paseo de Gracia. Aún así había quienes lo seguían creyendo.


Otros decían que los datos estaban amañados y que aquel endiablado transbordo contaba con un kilómetro de largo. Aquellos más paranoicos habían llegado a argumentar que se había programado un satélite que inhibía los contadores de pasos y evitaba que los instrumentos de medición pudieran dar el alcance real de aquel paseo.


Pero no debemos olvidar que todos hemos visto salir a un cachorro de labrador en la L3, y salir listo para la vacuna de los dos años al entrar en la L4. Hemos visto a una pareja que entraba de la mano en la L2 saliendo a término en la L3 para coger un taxi al paritorio. Aquellos niños que se convirtieron en adolescentes antes de alcanzar el otro lado, que salieron por las escaleras al aire libre pudiendo votar. Todos hemos sentido que nos volvíamos albinos por la falta del contacto solar antes de alcanzar el final.


Y no conozco nadie que no haya visto cómo después de muchos pasos la pared del fondo del túnel parecía estar igual, o incluso más lejos, que cuando comenzó a andar. Todos nos hemos girados para mirar cuánto habíamos andado, y nos hemos visto a una distancia equidistante de ambos extremos.


¿Quién no ha hecho extraños transbordos y dado algunos rodeos por no pisar ese transbordo? ¿Quién no ha acompañado a un amigo hasta la L2 o la L4 para poder ahorrarse el transbordo? ¿Quién no se ha quedado sin conversación antes de llegar al final? ¿Alguien pudo recorrerlo sin pensar, ni tan sólo por un segundo, en lo largo que era?


No sé si fue un acierto o no, pero ese túnel tiene algo casi mágico, a medio camino entre la leyenda, la filosofía y la decepción personal. Hay algo en su creación casi artístico, casi maniqueo, donde de una manera casi ontológica el ser se reencuentra consigo mismo. ¿Fue una performance futurista? ¿Alguien quiso enseñar mitología griega? ¿Es un suplicio de Tántalo? ¿Las Danaides? ¿Un Sísifo?


Metro tras metro uno se da cuenta de que no pudo ser un mero accidente, por mucho que intenten decirlo en la versión oficial. Hay algo improductivo y poco eficaz, casi burocrático, en aquel largo pasillo, que te hace humilde, dependiente de tus propias fuerzas para cruzar el túnel épico.


Nadie sabe la respuesta a todas estas preguntas, pero lo que sí es cierto es que durante cien años, no hay nadie que conozca el metro que no haya pensado, sufrido y mirado el origen y final de su propio túnel, nadie que no se haya sentido ínfimo y humano caminando por él. No es ya sólo la muerte, es el trasbordo del Paseo de Gracia aquello que nos iguala a todos. ¡Y que dure cien años más!

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