Arte y parte

reticulart

Sentados ambos uno frente a otro en el vagón del metro, no nos cruzamos las miradas. Me quedé sin pensarlo con su cara, procurando que no lo notara. Pasaron un par de días con idénticas rutinas y al caer la tarde ya con hambre, entré en una panadería para variar y atracarme. Allí la encontré despachando amable. La recordaba con una expresión más abatida en un distinto momento personal. Rauda me atendió y tras cobrarme, se dirigió a mí enigmática para preguntarme, de qué nos conocíamos. En otra ocasión, un tendero del barrio al que yo sí tenía presente, me abordó por la calle confundiéndome con no sabía qué locutor. Simplemente le sonaba y no me supo ubicar, suele pasar. Por lo menos me queda la retentiva, ya que mi arte pronto pasará a mejor vida, si no ha ocurrido ya. Imposible se me antojó desaprovechar semejante halago de aquella señora, para agasajarle y confesarle que la recordaba de dos días antes compartiendo trayecto de metro, una explicación razonable que pareció complacerle. Por ir más allá le consulté de dónde era y tal y cual, y luego, cuánto hacía que aquí residía de manera oficial. Es mi costumbre indagar sin ser un ser social, cuando advierto un cierto acento o un nombre característico en mi lucha interna contra la anomia urbana infranqueable. Me lancé a pesar de mi ausencia de intuición contrastada, a especular unas inspiradas aseveraciones infundadas. Rememoré una reciente conversación con la dependienta de debajo de casa de idéntica procedencia y supuse por analogía que pertenecía a similar hornada. Al mismo tiempo, relacioné su rostro con el de una amiga cercana de mi mujer, razón por la cual, cosa que oculté, la hubiera reconocido entre una multitud, y me aventuré a preguntarle por su estructura familiar, ¡con un par! Para ganar su confianza y por coherencia moral, suelo exponer de antemano mi propia situación antes de abordar. Al igual que la susodicha amistad, tenía un hijo de cada y estaba divorciada. Quizá el patrón no se repitiera estrictamente, por un margen arbitrario de edad, asumible e irrelevante. Me despedí y fingí no tener un plan. Con su nombre, origen, ocupación y extrapolable esquema conyugal, algo se podría hacer, ¿pero el qué? Tantas cosas que se piensan y que nunca se llevan a cabo. Se mezclan las buenas intenciones, con las posibilidades, sin digerir sus metas ni perder nada a cambio. ¡Mejor actuar! Su compañera de otro turno me facilitó sin esfuerzo demasiado, su teléfono, sólo con los datos que había recabado. Al final, lo más sencillo fue hacer coincidir a ambas dependientas de idéntica nacionalidad, aunque de distinta ciudad, eludiendo simular una casualidad. Rescaté un espectáculo que montaba un colega que requería de público de calidad. La cultura siempre está ahí cuando haga falta. No me costó mucho convencerlas y sufragar unas entradas a precio de amigo, matando sin pretenderlo, lo juro, dos pájaros de un tiro. Me cuenta la que es mi vecina, que, aunque no viven en el mismo distrito ni se dedican a lo mismo, mantienen algún contacto y por eso, la felicito. Alguna carambola había acaecido con la inercia que mi breve desinteresada presencia ofreciera en una ciudad anónima que no sólo engulle, sino que atribuye, oportunidades a sus visitantes. A la afable compañera que me facilitó el teléfono sin reparos, fui otro día a llevarle un par de invitaciones por el descaro. A lo mejor las habrá vendido, no sería nada raro, todo está muy caro. El arte, la suerte reparte.    FIN

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