Todas las cosas importantes ocurren bajo tierra.

Nani

Todas las cosas importantes ocurren bajo tierra. Tres dedos por debajo del ombligo, la tierra se encuentra a mil quinientos sesenta y dos grados Fahrenheit. Abdomen en contención, una masa muscular que no puede distenderse sin ser delatada, un tapón descorchado sin demasiada intención; a esa altura reside el beso nunca entregado, extravío nacional del beneficiario. Cómo un paquete que se ha perdido irremediablemente en la disfuncional entrega de mensajes de un peso flácido.


 


Ese día amanecí como cualquier pájaro, qué ilusa, que desprovista. Andar sin darle al trote el sentido del impacto de la suela del zapato en el pie, obviar el conocimiento de los posibles grandes acontecimientos. Ese día me querrían.


 


Hundí mi espina dorsal jorobada en la barandilla de espera del andén. Bolsillos de la profundidad de un pozo. Quedan dos minutos y cuarenta y cinco segundos; a la espera de que llegue algo, lo que sea con que me disuelva la caja torácica.


 


De camino a la vía de entrada al sangrado de esta dura ciudad presencié una escena de grandeza. Un niño leía al lado de una grúa. El niño movería cosas mucho más pesadas que esa bestia, no me cabe duda. Pude ver su poder y me lo repito; Yo ante ese gesto me arrodillo, trago posibilidades.


 


Me construyo todas las mañanas y me voy descompactando a lo largo del día. Cuando cae la noche soy líquido, un lapo, una caca de paloma, una mucosidad de origen desconocido. Hay voces tan compactas; sólidas, pétreas: Encantada de conocerte. La mía se precipita como si la taza estuviera ardiendo y la tuviera que trasladar cuanto antes. Así me dispongo al amor, de cuclillas arrasando la nevera. Anticipando la próxima víctima sin haberse derretido tan siquiera la que tengo en la boca.


 


Tomo asiento porque en esa escala de cuerpos en prioridad hoy soy peso pesito pesado. Evito en todos mis trayectos arrebatar ese lugar a las que están en descomposición. Hoy me mimetizo con la tercera edad, el cansancio de la obra y el temblor de los enfermos. 


 


La fatiga invita a la contemplación. Mi mirada viaja de la memoria del niño sentado frente a ese armazón, a la pareja que está colocada a las nueve. Eran dos amantes y encontraban la colocación precisa para alcanzar la barbilla de la otra en diagonal a las sillas metálicas. Sillas ergonómicas, veloces, de visión periférica a la pelvis. Correr sin piernas, amar sin brazo derecho, un lujo, un rayo de sol -Me digo.


 


Me rendí ante ese acto de amor. Semblantes de humanidad. Los recorridos de las manos. Cabe la posibilidad de que esta pesada máquina metálica siga en verdad el trazo de esas manos y no al revés. Me conmueve momentáneamente la idea de que todas las aquí presentes desde nuestras múltiples derrotas estemos reunidas para hacer ese recorrido; El de dos manos que se buscan la una a la otra.


 


Una puede mirar de frente el horror o de espaldas la belleza. En ese instante dormí cien años de entrega cogida de la mano de la amada, era un sueño lúcido, de una verdad estremecedora; amanecí a media noche sintiendo que ese era el verdadero paso del tiempo. Cien años en treinta minutos. Una eternidad en un jadeo desesperado. No pares, no pares, no pares; que casi me muero la vida me pesa y en la garganta me ahoga el lodo.


 


El pitido del cierre de puertas me devuelve a las piernas, Sagrada Familia, bendito descanso.


 


En ese vagón un día cualquiera yo conocí al amor.


 


 

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