Prefiero ir en bus

Rudraksh

Érase una vez un hombre llamado Javier Giménez. Se trataba de una persona normal y corriente, con un estilo de vida sencillo. No tenía mucho talento, pero sí que tenía mucho ingenio, y lo mejor de todo, tenía una mirada pura y brillante. Javier venía de un pueblo pequeño, donde vivía con sus padres y su abuela. El pueblo donde residía se llamaba Tolmosa, un sitio hermoso, con casas hechas de piedra caliza, caminos de tierra con grandes árboles leñosos y un bosque frondoso con un gran nombre de cataratas preciosas y caudalosas.


A los veinticuatro años, Javier salió del pueblo para ir a trabajar a la ciudad más cercana después de que lo hubieran contratado. Aunque bien mirado, no lo hizo por decisión propia, ya que Javier no quería trabajar, pero su abuela lo había obligado a solicitar un trabajo. El joven, sin otra opción, emprendió su camino hacia la ciudad, que se encontraba a 50 kilómetros de Tolmosa. Tras quince horas de camino, acompañado de soledad y una barra de pan, Javier llegó a la ciudad agotado.


- ¿Y cómo se llamaba la ciudad? -preguntó el niño curioso-.


- Javier llegó a la ciudad en la que estamos, Barcelona, aún faltan bastantes paradas hasta mi destino, así que te puedo contar toda la historia- dijo el anciano.


- Me parece divertido viajar en bus, pero ir con usted lo hace encantador.


- Me alegra saber eso ¿Por dónde iba?


- Por la parte en la que Javier llega a Barcelona -expresó el niño, dando un salto.


Javier quedó asombrado al ver tantos edificios y coches. Las calles estaban repletas de gente, todo el mundo estaba ocupado en sus cosas, la gente miraba sus móviles y escuchaba música. Al ver a Javier perdido, un hombre mayor decidió ayudarlo.


-¿Necesitas ayuda joven?


-Sí, por favor, necesito llegar a esta dirección; allà se encuentra el apartamento que me ha proporcionado la empresa en la que voy a trabajar.


-Ven conmigo -dijo con seguridad el anciano.


El abuelo fue hasta una estación de metro con Javier. Viendo que este tenía miedo de las escaleras mecánicas, el anciano le hizo subir a su espalda e intentó bajar con él, pero después de unos cuantos intentos y caídas, decidieron ir a la estación de bus. Al entrar en el bus, los dos tomaron asiento. El hombre mayor notó que Javier se sentía triste, seguramente porque echaba de menos a su familia. En ese momento, el anciano le explicó una historia suya de cuando era militar y tuvo que dejar a su familia para luchar en la guerra. Al finalizar la historia, a Javier se le dibujó en la cara una sonrisa.


-¿Y qué pasó después? ¿Superó su miedo a las escaleras?- Preguntó el jovencito.


- Pues sí, claro que sí, superó su miedo y nunca más volvió a coger un autobús, -respondió el abuelo inventando ese final.


-¿Y su trabajo?


-Javier acabó dejando su trabajo porque no le pagaban lo suficiente y tampoco podía disfrutar de su vida. Al final se convirtió en conductor del bus de Barcelona y lo fue hasta jubilarse.


-¿Y quién es Javier? -preguntó el joven, interesado.


-Soy yo -respondió el abuelo, sonriendo.


-¿Pero si usted es Javier, cómo es que va en autobús?.


-Vale, te he mentido. Nunca superé mi miedo a las escaleras -confesó el anciano, avergonzado.


-No pasa nada, -dijo el niño mientras reía.


Al día siguiente, Javier y el niño pasaron horas intentando superar el miedo. Pero Javier terminaba cayendo todo el tiempo. Al final, Javier no logró afrontar su problema con las escaleras, pero los dos se fueron a casa con un recuerdo feliz, y Javier con un moratón en el ojo.

Categoria de 13 a 17 anys. Aldino

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