UN MISTERIO EN BLACO Y NEGRO

Queralt

El collar de Max resbaló de sus manos como agua. En un parpadeo, el perro se alejó, esquivando peatones, cruzando calles, sin escuchar los gritos desesperados de Julia.


—¡Max, vuelve!


Sin pensarlo, echó a correr tras él. Clara, su mejor amiga, iba a su lado, apenas logrando seguirle el paso.


—¡Ese perro va a matarte del susto un día! —jadeó Clara.


Max dobló una esquina y desapareció. Julia sintió que su corazón se detenía hasta que lo vio: su perro estaba en la estación de tren, justo al borde del andén.


—¡Dios, no te muevas! —susurró, acelerando el paso.


Llegó justo a tiempo para agarrarlo del collar y abrazarlo con fuerza. Su alivio duró apenas un segundo. Al alzar la vista, su piel se erizó. Dos hombres vestidos de negro estaban a unos metros. Julia los reconoció de inmediato.


Uno de ellos la había seguido más de una vez al salir del colegio. Al principio pensó que era coincidencia, pero comenzó a notarlo con frecuencia, siempre a la misma distancia, siempre con una mirada fija y vacía. Ahora no era solo uno. Eran dos. Y venían hacia ellas.


—Clara… —susurró, pero su amiga ya los había visto.


Las dos se giraron y corrieron.


—¡Eh, deténganse! —la voz de uno de los hombres sonó demasiado cerca.


Las escaleras mecánicas estaban abarrotadas de gente, así que subieron los escalones peatonales de dos en dos. Max se retorcía en los brazos de Julia, nervioso.


—¿Por qué nos siguen? —preguntó Clara entre jadeos.


—No lo sé, pero no es la primera vez que veo a uno de ellos —respondió Julia, intentando no perder el equilibrio.


Llegaron a la planta superior de la estación y se metieron entre la multitud. Julia miró hacia atrás. Los hombres estaban empujando a la gente para abrirse paso.


—¡Por aquí! —Clara cogió a su amiga del brazo.


Se metieron en una tienda pequeña dentro de la estación y se agacharon entre las estanterías. Max, como si entendiera la situación, se quedó quieto. Julia sintió su corazón latiendo con fuerza.


Uno de los hombres pasó de largo mirando a todos lados.


—Van a encontrarnos —susurró Clara.


—Tengo una idea —respondió Julia, sacando su teléfono. Con dedos temblorosos, marcó el número de su hermano mayor.


—¿Julia? ¿Estás bien?


—Estoy en la estación. Dos hombres nos siguen. No es la primera vez que veo a uno de ellos.


Hubo un silencio.


—Voy para allá. No te muevas.


Pero quedarse quietas no era una opción.


El otro hombre apareció en la entrada. Julia sintió un escalofrío.


—Ahora —susurró Clara.


Salieron de la tienda en dirección contraria y corrieron hacia la salida.


—¡Ahí están! —escucharon detrás.


El tráfico afuera era denso. Se lanzaron a la calle, esquivando autos y motos que tocaban la bocina.


Cuando llegaron a la otra acera, Julia vio a su hermano. Su auto estaba a unos metros.


—¡Aquí! —gritó, y él corrió hacia ellas.


Los hombres llegaron a la acera opuesta, pero al ver al hermano de Julia, se detuvieron. Se quedaron un momento observándolos y luego, sin más, se dieron la vuelta y desaparecieron entre la multitud.


—¿Quiénes eran? —preguntó Clara, todavía jadeando.


—No lo sé… —murmuró Julia, abrazando a Max con fuerza—. Pero voy a averiguarlo.


Su hermano se quedó en silencio, mirando en la dirección en la que los hombres habían desaparecido.


—Subid al coche —dijo en voz baja.


Las chicas intercambiaron una mirada, pero no discutieron. Cuando el auto arrancó, Julia notó algo extraño en el retrovisor: un tercer hombre, también vestido de negro, estaba de pie en la acera. No había estado ahí antes. Y estaba sonriendo.


 


 

Categoria de 8 a 12 anys. Institució Igualada

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