BAJO TIERRA
En una fría mañana de enero, las luces de la calle iluminaban las cansadas caras de los turistas. Eduardo, un niño de catorce años, se apresuraba hacia la estación del metro. El aire de la ciudad olía a humedad de la recién lluvia que había caído y olor a café de las cafeterías. En la calle, las personas parecían estar sumergidas en sus pensamientos y preocupaciones.
Eduardo entró al metro y se sentó en el vagón. Sacó del interior de su mochila un libro. Era su viejo amigo en los viajes a la escuela. Gracias al libro podía desconectar de la rutina diaria. En los asientos había todo tipo de personas: unos con el teléfono, otros escuchando música, algunos más durmiendo. Era un día totalmente normal.
Mientras Eduardo leía apasionado, desvió un instante la mirada del libreo y se fijó que una niña lo estaba observando. Tragó saliva y desvió la mirada. Tal vez solo era una casualidad, una de esas veces en las que sientes que alguien te ve, pero en realidad no es así. El metro se detuvo en la siguiente estación. Algunas persona bajaron, otras subieron. Pero cuando Eduardo volvió a mirar, la niña que estaba a su lado ya no estaba. El se extrañó, lo la había visto levantarse ni moverse. Simplemente había desaparecido. El tren avanzó de nuevo y Eduardo intentó sacarse la inquietud de la cabeza. Seguramente ella se había bajado en la estación si que él se diese cuenta. Pero cuando llegó a su estación y bajó, sintió un impulso extraño de mirar hacia atrás. El vagón seguía el sitio con las puertas cerradas. Y allí, en el mismo sitio estaba otra vez. Lo miraba inmóvil. Las luces del tren parpadearon. Cuando se encendieron de nuevo, la niña ya no estaba. Eduardo sintió un escalofrió por todo el cuerpo. Se dio la vuelta y subió las escaleras rápido, sin querer pensar demasiado en lo que acababa de pasar.
DURANTE VARIOS DIAS
Eduardo trató de olvidarse del extraño hecho que había ocurrido. Se convenció a sí mismo de que había sido imaginaciones suyas, que la niña solo era una pasajera cualquiera y que el cansancio le había hecho ver todo aquello. Pero la siguiente vez que cogió el metro, volvió a verla. Esta vez estaba sentada en el extremo opuesto del vagón. No lo miraba directamente, pero su postura era extraña, como si estuviera esperando algo. Eduardo sintió que la piel se le erizaba. Decidió bajar dos estaciones antes de su destino. A partir de ese día, cada vez que usaba el metro la niña estaba allí. No siempre en el mismo vagón, pero sí en algún lado. A veces en los asientos, a veces de pie al lado de la puerta, otras reflejada en la ventana. No importaba la hora ni la línea, ella siempre estaba allí.
Un día, después de semanas ignorándola. Eduardo decidió enfrentarse a su miedo. Subió al metro, la localizó. caminó hasta ella y se sentó a su lado.
-¿Quien eres?- susurro Eduardo.
La niña no respondió al momento. Solo giró la cabeza lentamente hacia él.
-Yo tomé este tren, pero nunca llegué a mi estación, dijo ella.
Las luces del metro parpadearon unos segundos, cuando recuperaron la intensidad habitual, el asiento de al lado estaba vacío.
Categoria de 13 a 17 anys. Institució Igualada