¿Todo había terminado?

Amalia

El tren avanzaba con ese traqueteo monótono que, sin darte cuenta, acaba arrullándote dentro de tus propios pensamientos. Marcos apoyó la frente contra el cristal del vagón mientras la música sonaba en sus auriculares. Canciones tristes, como siempre, las únicas capaces de acompañar esos recuerdos que, aunque intentaba enterrar, volvían cada vez que el silencio le dejaba espacio.                                                                   Afuera, los campos llenos de flores amarillas le recordaban a aquel pequeño pueblo de Soria donde los veranos parecían eternos. Ahí estaba ella, Sofía. Recordaba los días sin horarios, las tardes de bicicleta por caminos polvorientos y las noches bajo estrellas. Pero también recordaba la despedida de cada septiembre. Sofía volvía a Zaragoza; él, a Barcelona. Y aunque prometían seguir hablando, sabían que no duraría y lo aceptaban. O al menos, ella lo hacía. Porque Sofía durante el año salía con otros chicos, pero Marcos no podía. Aunque entonces no supiera ponerle nombre, estaba enamorado. Hasta que un verano lejano en el tiempo Sofía dejó de volver. Así, sin más. Se mudó, dijeron algunos. Nadie supo dónde ni por qué. Y desde entonces, cada verano fue uno menos.


Una sacudida del tren le devolvió al presente. Parpadeó, soltando un suspiro, y apartó la mirada del cristal justo cuando la megafonía anunciaba que estaban cerca de la parada del hospital de Barcelona.


Iba a levantarse cuando sintió un toque en el hombro. Giró la cabeza y se encontró con una mujer de su edad con mirada un tanto desubicada.


—Perdona... —preguntó—. ¿Sabes en qué parada debería bajar para ir al hospital de Barcelona?


Marcos se quitó uno de los cascos. Algo en su cara le resultaba familiar, aunque no lograba situarla.


—¡Sí! justo bajo allí también, si quieres te acompaño.


Ella sonrió. Y durante un segundo, ambos sintieron ese incómodo reconocimiento. Pero ninguno de los dos dijo nada.


Salieron del vagón y caminaron juntos. Marcos sin saber por qué, terminó contándole lo de su operación.


—Trabajo en la fábrica química de mi padre —explicó—. Desde pequeño quería estar allí, con él. Pero al final los pulmones no opinan lo mismo y ahora me toca pasar por quirófano.


Ella asintió, pero por dentro un vuelco le había paralizado el pensamiento. Aquella frase, "quiero trabajar con mi padre en la fábrica", le había dicho tantas veces un niño con la cara llena de pecas mientras se tumbaban sobre la hierba del pueblo. No podía ser casualidad.


Pero tampoco se atrevió a preguntar. ¿Y si se estaba equivocando? ¿Y si no era él? Prefirió callarse.


Al llegar al hospital cada uno tomó su camino. Ella se dirigió a preparar su intervención, mientras repasaba mentalmente la lista de pacientes asignados. No quería pensar más en Marcos, en si era o no era él.


Hasta que, al sentarse frente al ordenador y revisar la documentación, lo vio claro. Nombre del paciente: Marcos Ortega.


Se quedó quieta. El mismo apellido; el mismo nombre; el mismo chico que, hace años, le esperaba cada verano como si no existiera nada más.


Y ahora estaba ahí, a pocos metros de ella. Aquel niño del que nunca quiso enamorarse estaba a punto de ser operado, y ella sería parte del equipo médico.


No supo si sonreír o temblar. Pero supo, al fin, que los veranos en Soria nunca habían terminado del todo.


 


 

Categoria de 13 a 17 anys. Institució Igualada

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