Un día en el metro de Barcelona
Un sábado fui al centro con mi prima en el metro. A las dos nos gusta ir de compras y caminar, por eso decidimos tomar la L3, la verde, hasta Plaza de Cataluña. Fuimos por las escaleras automáticas y usamos la tarjeta en la máquina. A veces me da un poco de pánico que no sirva y me quede ahí, pero esta vez fue fácil.
Cuando llegamos al andén, el tren subterráneo aún no había llegado. Mucha gente esperaba: algunos miraban sus teléfonos, otros susurraban y un grupo de turistas con mapas, parecían buscar algo. En el suelo, un tipo tocaba la guitarra. Era bueno y la gente le echaba monedas en un vaso. Cuando el tren llegó, las puertas se abrieron de golpe y la gente salió volando, como si escaparan de algo. Entramos y vimos dos asientos juntos, pero un hombre dormía al lado, con la cabeza en el cristal. Cada vez que el tren se paraba, se movía un poco y nos daba la risa. En la próxima estación, entró un muchacho con una bocina. Activó una música de reguetón y se puso a cantar. No era el mejor cantante, pero lo intentaba. Después, recorrió el lugar con un recipiente para recolectar dinero. Unas personas le dieron monedas, otras lo ignoraron por completo. Continuamos el viaje observando a las personas. Siempre me da por pensar qué vida lleva cada uno. Estaba una señora con una maleta muy grande, seguro que iba a tomar un avión. Un chiquillo se entretenía con un auto de juguete, y su mamá le decía cosas en otro idioma. Una muchacha con el pelo color rosa se pintaba usando un espejo pequeño.
Cuando al fin llegamos a nuestra estación, saltamos fuera. La calle nos recibió con una gran bocanada de aire. El metro es como una sopa rara de olores y calor, pero siempre pasan cosas graciosas, aunque a veces sea un lío y estresante.
Categoria de 13 a 17 anys. Institució Igualada