Un viaje para recordar

Catalina

Era un día lluvioso y me dirigía como siempre a la estación de metro. Miré el reloj y daban las ocho y treinta y tres, iba tarde. Bajé rápidamente las escaleras y me sumergí en el mundo subterráneo. Al vagar por los anchos pasillos, no pude evitar notar una sensación extraña, pero seguí mi camino. El convoy retumbó a lo lejos y atravesé el corredor llegando al metro. En cuanto me senté, caí en un sueño profundo. Para mí pasaron tan solo unos minutos, más cuando me desperté no daba crédito a lo que veían mis ojos: Estaba completamente sola en el vagón y a través de las ventanas pude ver pasar un paisaje paradisíaco. 


 


Que yo supiera, la línea azul no tenía ese recorrido. Observé el mar cristalino y las playas de arena blanca, ensimismada con el color de las aguas. El metro se paró y yo no pude evitar bajarme para echar un vistazo. Salí a la playa cada vez más segura de que era imposible toda esta fantástica situación, aunque al final decidí disfrutar de la oportunidad. Un rato después volví a la estación de metro de la playa y esperé la línea azul. El problema era que solo continuaba hasta una destinación desconocida. Cuando llegó, me subí dubitativa. 


 


Pasaron unos minutos en los que no se veía nada a través de la ventana y de repente un estallido de luz me cegó por completo. Esta vez, se veían palmeras y montañas infinitas de arena. A lo lejos pude ver incluso dos camellos y un poco a la derecha un pequeño oasis. Salí del metro y me adentré en el desierto, bajando por una cumbre de arena resbaladiza. Observé la estación asombrada por su pequeñez en comparación al desierto. 


 


Nuevamente cogí el metro y esperé con ansia que me revelara la siguiente parada. El tercer misterioso destino fue una gran ciudad con enormes rascacielos parecía que rozaban el cielo y me recordó a una de las grandes ciudades del mundo: Nueva York. Aquí al menos podría intentar buscar ayuda para volver otra vez a mi querida Barcelona. Salí fuera y para mi sorpresa, no había nadie en las calles. 


 


Un leve temor se comenzó a instalar en mi: la posibilidad de nunca volver a casa. Como no tuve otra opción, volví a meterme en la estación. Estaba esperando la línea azul cuando de repente me pareció ver a alguien dentro de los vagones que llegaban. No solo una persona, de hecho parecía la cantidad de gente que se ve en hora punta. Sentí un profundo alivio y al subir me senté observando ojiplática a los viajeros. El se comenzó a mover y finalmente llegamos a mi parada pero en cuanto miré el reloj del móvil, tan solo habían pasado 10 minutos. ¿Cómo podía ser posible? No me quedó otra opción que bajar en mi parada y asumir con sorpresa que, efectivamente, el metro es un lugar para soñar.  

Categoria de 13 a 17 anys. Fert Batxillerat

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