Impredecible
La vida es totalmente impredecible. Han pasado muchos años desde cierta experiencia extraordinaria que me ocurrió en el metro de Barcelona. A pesar del tiempo transcurrido, me sorprendo recordando aquella experiencia personal, y ese recuerdo me saca siempre una sonrisa.
Aquel día de otoño era frío en el Eixample barcelonés, no llevaba prisa, pues era uno de mis días libres y llegué a Passeig de Gràcia rumbo a la estación de Diagonal, que pude ver a lo lejos. Llegué al metro y bajé las escaleras para tomar el vagón de metro que me llevaría a otra parte de la ciudad, a Sagrada Familia. Dentro de la estación la temperatura era la habitual, muy superior a la del exterior, y a medida que descendía por las escaleras eléctricas la temperatura subía aún más. Cuando llegué al andén, el vagón cerraba sus puertas y poco a poco se alejaba adentrándose en el túnel. La espera por el siguiente vagón fue corta, a los pocos minutos ya llegaba otra vez. Entré y me quedé a un lateral de la puerta, pues el servicio iba lleno de usuarios. Entre una estación y otra me entretuve haciendo lo habitual, ver la publicidad en los carteles, ver la hora en mi reloj, las luces y por supuesto, a los demás pasajeros.
El viaje transcurría dentro de la habitual normalidad. De repente, algo fuera de lo normal ocurrió. Es extraña la sensación de sentir que alguien te está viendo, de sentirte observado, y mucho más extraño, cuando descubres que dos puertas más allá, en el otro extremo del vagón, la persona que te está viendo eres tú mismo.
No recuerdo cuánto tiempo pasó, minutos quizás. Primero la sorpresa, verme a mí mismo como cada mañana me veía reflejado en el espejo del baño. Verme frente a frente. La misma cara y ojos, el mismo pelo, hasta la misma nariz y orejas, pude ver la misma expresión de sorpresa en la cara del otro yo al verme, paralizado y sorprendido ante una sorpresa de tales dimensiones, algo que no esperas. Era yo mismo, duplicado. Me observaba, hipnótico. Ninguno de los dos reaccionamos al encuentro, o mejor dicho sí, reaccionó él, al pararse el vagón en la siguiente estación mi otro yo abandonó el vagón sin darme tiempo a reaccionar y bajar yo mismo también al andén y conocerle en persona, conocer a mi otro yo.
Sentí el sonido del timbre de aviso de cierre de puertas y vi la puerta cerrarse, y al cerrarse reaccioné, traté de salir y fue imposible. Pero al cerrarse descubrí que mi otro yo me observaba con curiosidad desde el otro lado de la puerta, lo veía a través del cristal y no era mi reflejo, era él. Confirmé verme a mí mismo de nuevo, más cerca aún. Y el vagón abandonó la estación. Mi corazón latía a un ritmo fuera del habitual. Me bajé en Sagrada Familia y esperé al siguiente vagón a ver si mi doble llegaba en él, pero la espera fue en vano, esperé varios vagones …. y esperé. Jamás se volvió a repetir ese encuentro, ni aquel día ni ningún otro durante todos estos años.
En algún momento, amigos y conocidos me han comentado que me han visto en determinado sitio de la ciudad, en un momento en que yo no he estado cerca de ese lugar. Todos tenemos una persona igual a nosotros en algún lugar del mundo, de eso estoy seguro. Mi otro yo está en Barcelona, utiliza el metro, como lo hago yo, y espero que algún día podamos vernos de nuevo, aunque estoy seguro de que mi otro yo tendrá las mismas canas y arrugas en la piel que tengo yo, producto del paso de los años, y los dos recordaremos este primer encuentro después de casi 30 años.