Recuerdos

Athena

Llegó tarde, se me escapa el 28, quizá consiga pillar el 27. Nerviosa, miro el reloj, casi menos cuarto. Mal, muy mal. No llego. Otra vez tarde a la clase de inglés. Suspiro. Corro por la avenida, me distraigo mirando el gigantesco parque que aparece delante mí. Los árboles, en su pleno esplendor, los arbustos llenos de sus florecitas rosas y blancas. ¿Cuánto tiempo hacía? Los niños jugaban, la gente paseaba, disfrutando de aquella tarde soleada. A mi izquierda el polideportivo del barrio. Sonrío. Los chicos volvían a jugar allí. ¿Por dónde entran si está cerrado? Siempre me lo preguntaba al verlos. Rió para mí, frenado el paso. Veo pasar las dos tusas. Inconfundibles, con sus colores amarillos y negros. 


 


Supongo que las costumbres que uno tiene nunca cambian con el paso del tiempo. 


 


El tic- tac del reloj, pasa y pasa, quizá en ese momento no lo ves pero ahí está, latente. Recuérdalo, siempre se puede mirar atrás pero sin olvidarse de mirar hacía delante. Busca aquel rincón en tus memorias y ríete de él, disfrútalo, recuérdalo. 


 


Mi padre me daba la mano, le había prometido no separarme de él, era mi primera vez en metro. Lo acompañaba a su trabajo. Asustada, aún recuerdo lo raro que se me hizo viajar por aquellos oscuros y tenebrosos túneles bajo tierra. Mientras imaginaba, que en cualquier momento apareciera algún ser fantástico, ¿un duendecillo? ¿Una bruja? ¿O quizá una tortuga? Según lo que había visto en la serie, sé que por allí vivían… 


 


El sol inundaba el vagón, aquel día salía de la gran ciudad y subía por fin a la torre. Los vecinos me iban a buscar en coche. Me encantaba ver el mar iluminado a través del vagón. A mano izquierda, los montes verdes y frondosos. El traqueteo del tren, verano. La gente inundaba ya las playas, se les veía felices tomando el sol y jugando entre las olas. Sonreí al verlo. Mi adorado faro blanco se alzaba imponente en lo alto del acantilado. Ya estaba cerca de mi destino… 


 


Camina acelerada haciendo el transbordo de tren, corre, corre que no llegas.


“ Vía 2”, leo. Raro, pienso. Siempre lo pillo en la 1. Encogiéndome de hombros corro hacia el 2. El tren entrado, ya. Venga, esfuérzate en llegar. Las puertas se cierran, suspiro. Casi sin aliento, intento calmar mi agitada respiración, a la vez que el tren se pone en marcha. Sale del túnel. Miro por la ventana. Confundida y extrañada. Hoy anda demasiado alejado del muro. Comienzo a temer lo peor. ¡Ay! ¡No puede ser! ¡No! Imponente, veo que soy dirigida hacía el interior, perdiendo a mi adorado camino hacia la costa. Suspiro negando con la cabeza y mamá esperándome en la estación… 


 


Por fin, el 28 ya está aquí. Saludo al conductor y marco la tarjeta. Sonrío para mí. Nadie puede ver que sonrío, quizá mi sonrisa se ve reflejada en mis ojos. Allí veo alguno con mascarilla, igual que yo. Ya hace un año de aquella situación de alarma.


 


Hace bastante, sí. Miro a través del cristal, la luz del sol se cuela por las hojas de los árboles, el bus sigue su camino.Todos lo seguimos, cada cual con el suyo. Nadie veía un final, todo era incierto, quién sabía lo que iba a pasar, quién sabía cómo se iba a acabar. Pero aquí continuamos, viviendo, recordando el ayer e imaginando el futuro.


 


Miro el reloj, tic- tac, llego tarde, dichosas costumbres. Debo salir antes, pero me entrego demasiado hablando con mis padres. Ese sentimiento de felicidad me inunda. ¿Y qué importa llegar tarde si estoy un poco más con ellos? El tic-tac sigue, impasible, recuerdos.


 

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