Relatos de esperanza

ArqHO

“Propera parada: Camp de l’Arpa”. En dos paradas me bajo – pensé.


Durante el trayecto estuve pensando sobre la situación de violencia en Colombia. Ataques a la población, vidas de jóvenes silenciadas, sueños frustrados, hombres desilusionados, niños inocentes y mujeres violentadas. De repente, una voz con acento extranjero que no lograba identificar, hablaba por teléfono:


–No sé qué hacer, tendré que volver.


–¿De dónde eres y por qué debes volver? –le pregunté mentalmente.


–Siria está muy mal –le dijo a la persona con quien hablaba– mi permiso de estudio ha caducado. No quiero volver a la guerra. No quiero pertenecer al ejército –alzó su voz.


–¿Por qué al ejército? – inquirí.


–Es lo que pasará si vuelvo. Es una obligación. Tus sueños no valen. Debes luchar por tu país.


Mientras continuaba hablando, en frente de mí se sentaron dos chicas. También las dos hablaban con acento extranjero. Una de ellas, parecía ser italiana y la otra, la más joven, con dificultoso castellano y marcado acento árabe le decía:


–No sé qué hacer, mi familia está allí, han vuelto los ataques en Palestina, no puedo dormir de pensar en ellos y en mis amigos.


–Así que eres de Palestina. He escuchado cómo se ataca a la población sin importar las madres, niños y hombres que no tienen nada que ver con la guerra –le expresé mentalmente.


Un acento familiar llegó del fondo del vagón. Hablaba fuerte. Su voz también sonaba preocupada, incluso desesperada. Hablaba con un hombre que llevaba un chaleco de una asociación y le decía:


–¿Qué voy a hacer? ¡Tengo que enviar dinero a mi familia! En Venezuela no podemos sobrevivir. Mis hermanos emigraron, pero están en la calle. Son muy jóvenes, no han terminado la escuela. Uno es bueno en matemáticas y quiere ser ingeniero. El otro, artista. Aprendió a tocar más de tres instrumentos. Mi madre continúa en Venezuela. Quedó sola. Mi padre nos abandonó.


Mi atención se cortó cuando escuché a un par de mujeres de avanzada edad. La una le decía a la otra:


–Has vist això de Ceuta? Molta gent ha travessat la frontera nedant. Alguns han perdut la vida. Un noi jove portava al seu pare a flotació. Quan van arribar a la riba la policia els va agafar. Al fill el van portar cap a un costat i al pare el van retornar al Marroc. El pare va girar la seva mirada i després de tanta fatiga va veure el seu fill i li va somriure. El seu somriure expressava la il·lusió. Al seu fill li esperava un futur millor.


–Aquesta història m'ha recordat quan de petita vaig venir amb els meus pares fugint de la guerra, de la fam –comentó la otra.


El chico sirio ya se despedía por teléfono:


–No importa, aquí algo podré hacer.


La joven palestina decía a su amiga:


–No quiero volver a la guerra. Quiero respirar paz. Y aquí es posible.


El chico venezolano agregó:


–Puede que más adelante me den un trabajo y algún día estaré con mi familia.


Giré la cabeza y vi a una mujer centroafricana con su bebé en brazos que me sonreía. Volví a la realidad. Me bajé en Cornellà. Me pasé unas paradas, pero conocí la esperanza que le devolvía Barcelona a algunos. Pensé en rodas las historias que habrán oído los vagones del metro. Cogí el tren en dirección Vall d’Hebron.


“Propera parada: Sagrada Família”. Me bajé. Sentí el aire de la plaza de Gaudí. Miré los pináculos de la basílica y me dije: "Hay esperanza".     


Así como las bibliotecas de Barcelona recogen una de las bibliografías más variadas en lenguas, su metro y sus calles son testigo de una infinidad de relatos hablados.

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