Metro al origen, una wisteria y un fénix

Elizabeth Lack

Corro por las escaleras de la estación Urquinaona, como todas las tardes de domingo que intento ir a la casa de mi infancia.


Alcanzo a ingresar en el vagón en el último momento. Me siento jadeando y contemplo a mi alrededor a todos los que se movilizan para formar recuerdos. Es ahí que el tuyo me invade y la presión en mi pecho aumenta y se acelera al ritmo de este vagón tambaleante. De mi corazón surgen ríos de lágrimas que se alojan en mis ojos y escuecen. Me resisto a dejar lágrimas caer, pero es en vano. Mis lágrimas empujan, salen y se suspenden en la atmosfera como si la cinética del metro eliminase la gravedad. En cada lágrima empiezo a ver fragmentos de una vida contigo. Veo cómo bailabas conmigo en la cocina y me veo reflejada en tus ojos brillantes como zafiros.


Decido cerrar mis ojos y ya no pensarte. Poco a poco dejan de quemarme las lágrimas y me pierdo en un sueño. Al abrir nuevamente los ojos, no reconozco mi entorno, ya la gente se ha ido y el metro ahora se desplaza por un túnel desconocido. El metro frena de repente, las puertas se abren lentamente y una figura no humana me recibe. Un ser encorvado de cuerpo negro y traslúcido se aproxima. Carga un reloj de cadena en la mano y su rostro se manifiesta como una extraña máscara de Venecia, mitad joven, mitad anciana. La mitad jovial llora, la anciana ríe. Él toca mi pecho con su mano libre y siento las fibras de mi delicado tejido orgánico romperse, mas mis nervios entumecidos no transmiten dolor alguno. De repente, le veo extraer de mi pecho un reloj muy parecido al suyo. Lo mira detenidamente y, con astucia, reconfigura las manijas. Me quedo absorta al percatarme que el número doce se transforma en cero y como el minutero y el horario corren a su encuentro en sentido opuesto a la rotación del sol.


Desde el fondo del andén oigo a alguien decir: “Aquí en el origen el tiempo de las almas es distinto, si no te sincronizamos no podrás regresar a casa”


-¿Quién eres? -le pregunto, con voz titubeante.


-Al no ser aún tu tiempo, hay cosas que no puedo decirte. Te hemos permitido venir para que te encuentres con aquella persona que perdiste en diciembre y que no puedes dejar ir.


Con un movimiento grácil, este personaje que no sé describir me extiende la mano para enseñarme una flama de colores intensos, diversos como el arcoíris.


-Ofréceme tus manos y sostén en ellas a aquel añorado ser.


Me asusto, retrocedo en un inservible intento de huir. La llama emite una voz familiar que me inmoviliza.


-Muñeca preciosa, soy tu abuela. Ahora no soy solo una llama, soy vida rejuvenecida. Soy agerato en verano, una wisteria en invierno. Has de entender que el cuerpo y el alma viajan en trenes de sentidos opuestos. Mientras el cuerpo se acerca a su última estación, el alma viaja al origen y se nutre en el camino con cada experiencia de la vida. He ahí la razón de mis colores vibrantes y variados. Yo no soy cualquier llama, soy el fuego que revive al fénix y estaré aquí para abrazarte con mis alas cuando los caminos de tu alma y de tu cuerpo dejen de cruzarse. No le tengas miedo al calor de las lágrimas que brotan con mi recuerdo, porque viene de la llama a la que ahora represento.


Y en fracción de segundos, alguien en otro plano toca mi hombro y su voz dulce me recibe.


-Guapa, llevas mucho tiempo dormida, creo que perdiste tu parada.


Giro rápidamente la cabeza para ver el nombre de la estación. Es Alfonso X. Me río y le respondo:


-No señora, acabo de llegar a casa.


 

T'ha agradat? Pots compartir-lo!