Abuelas

Davis

—Hijo mío, céntrate, que así no hay manera. Vamos con la del 7: 7x1, 7, 7x2… Sigue tú desde ahí—. “14, 7x3, 21…”, comienza a recitar Dani. No han encontrado asiento, así que la madre y el hijo, con la mochila del cole y con la del entrenamiento al que se dirigen, ocupan buena parte del pasillo del autobús.


“¡La puerta!”, se oye desde el fondo. Una primera vez, y una segunda. Finalmente, el conductor oye la petición y abre para dejar bajar al pasajero.


—Pues menudo despiste lleva este hombre hoy, habrá que pedir parada media hora antes… —mientras habla, Olga dirige una mirada de reprobación al conductor.


—Es que Jesús lleva unos días triste, su madre está ingresada en una residencia y no la puede ver por el Covid.


Olga vuelve la vista hacia su hijo, parece sorprendida: —¿Y desde cuándo sabes tú el nombre del conductor? ¿Y lo de su madre?


Dani baja la cabeza para no mirarla directamente. Teme que esté enfadada y anticipa una bronca.


—Cuando me lleva al fútbol la abuela, siempre nos quedamos cerca. Si no le ceden el asiento reservado, Jesús les riñe, dice que la abuela le recuerda mucho a su madre.


—Claro, como tu abuela pega hebra con todo el mundo. Se nota que ella no tiene que ir corriendo a todos lados como yo… —el reproche suena desganado, como si le faltase convicción y no atinase con las palabras rotundas y llenas de verdad que le gustaría encontrar—. Venga, vuelve a lo tuyo que son las tablas.


El niño apenas ha alcanzado el final del 7 cuando su madre le interrumpe:


—Dani, ¿te dice algo de mí la abuela cuando venís juntos? —al verlo dudar, Olga le anima: —No te preocupes, lo que me digas quedará entre nosotros.


—Dice que no me enfade contigo, que llevas mucho encima desde que te separaste de papá. Que por eso te pones nerviosa y a veces nos hablas regular, pero que eres muy buena y que todo pasará. Ah, y que te dé un abrazo de vez en cuando, aunque sea sin quitarme la mascarilla, que te gustará.


La madre aprieta la mano de su hijo mientras con la otra, con disimulo, frena una lágrima incipiente. Llegan a su parada y, antes de bajar, se escucha la despedida de Olga. 


—Jesús, gracias por tu amabilidad con mi madre —.El conductor la mira por el retrovisor un poco extrañado, pero eso no impide que, bajo la mascarilla, se abra paso una sonrisa. 


 

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