El Teleférico

Carles

Apesadumbrado observo una ciudad ajena, alejada, diminuta, Montjuic y su teleférico me trasladan una ciudad paciente, que observa el mar buscando respuestas en ese cielo infinito que se funde en un mar azul.


Dulce balanceo del teleférico, inhumano balanceo en mi interior donde resuenan preguntas y cien respuestas ninguna de ellas correcta, decisiones que nadie debería de haber de tomar.


 


Mi padre ha enfermado por ese “malnacido” coronavirus. Su último esfuerzo ha sido en vano, su estado de debilidad, los muchos años a sus espaldas y un cuerpo ya cansado.


 


Dos hijos, ya mayores,... lo incierto para lo que crees estar preparado. Esa nave que “nunca ha de tornar”, como con suave ternura lloraba el poeta.


 


-La llamada que no hubiera querido atender resuena aún en mis oídos….


-La llamada que mi hermano no hubiera querido atender resuena igualmente en sus oídos….


Es poco el tiempo que los médicos nos conceden para tenerlo entre nosotros.


Sólo una persona podrá ir a visitarlo en sus últimas horas, las restricciones para cuidar a nuestros mayores así lo exigen. Medidas sin alma, medidas extremas…mi padre era culpable de ser mayor.


 


Él en el trabajo, yo en Barcelona delante de ese mar que debiera ser azul como el cielo pero que hoy es gris, y triste para mí.


 


Y acuden a mi cabeza fatídicas preguntas entre grandes signos de interrogación:


¿Quién de los dos hermanos acudirá a la última llamada de nuestro padre?,


¿Quién de los dos acudirá a su última cita?


¿Cómo responder sin equivocarte a esta pregunta?


¿Qué respuesta es la más sincera? ¿Qué reflexión la válida? ¿Quién ha sido más o menos hijo del padre que nos deja?


¿Podrá sobreponerse el que acuda, podrá perdonárselo el que no acuda?


¿Quién deberá tener ese privilegio o esa condena?


 


Estoy ante el mar azul. Y ese mar al que cuando estás lejos añoras, ese mar que tranquiliza mi desánimo, ese mar susurra en su lenguaje del ir y venir de las olas la repuesta a mi pregunta.


Será mi hermano quien despedirá a nuestro padre por última vez, quien lo llorará de cerca, aunque yo desde lejos lo acompañe.


Esa pena siempre como las olas volverá a mi cada vez que quiera recordarlo. Cada mes de febrero, cada mes de todos los meses, cada semana de todas las semanas, cada día de todos los días.


 


Necesito volver a subir a ese teleférico con su ir y venir, necesito volver a ese mar ondulando, necesito reposar mi conciencia. La vida con su ir y venir continua imparable.


Quedan en mi recuerdo de ese fatídico día una llamada que no hubiera querido recibir, un teleférico y sus grandes ojos azules, ese azul infinito donde perderte, queda ese azul que me acompañó, aunque con tonos grises el día de mi cumpleaños.


 

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