EL VIAJE AL MUNDO DE LOS DINOSAURIOS

HELEN B

¡Y de repente me desperté y todo había sido un sueño! 


Era domingo por la mañana y la emoción me invadía desde los dedos de los pies hasta el último cabello de mi cabeza. Teníamos entradas para la exposición de dinosaurios que había en el museo de ciencias naturales de Barcelona. Desde que tenía uso de razón eran mi pasión, y ahora, ya con 7 años, era experto en el mundo de estos fascinantes animales.


Mis abuelos se habían comprometido a llevarme a la exposición ya que mis padres tenían que acompañar a mi hermana a su partido de fútbol, como cada fin de semana.


Desde las 8 de la mañana estaba preparado, ansioso, esperando que mis abuelos me recogieran. Por fin sonó el interfono y salí corriendo por el pasillo, para no perder ni un minuto. Mis abuelos subieron a casa, mamá me dio un beso en la mejilla y me arregló el flequillo hacia atrás, como siempre, -cosa que no me gustaba nada, y  cuando no me miraba me lo volvía a colocar a mi gusto-, deseamos suerte a mi hermana y me fui con mis abuelos hacia el metro de Collblanc.


Cuando llegamos al metro pude comprobar que había algo diferente al resto de días en que viajaba con mamá y con mi hermana camino del cole. - Pensé que podía ser porque hoy iba a disfrutar de un gran día y no iba al cole, que, aunque me gustaba, no era lo mismo, pero no fue así-. Al subir al metro en Collblanc y cerrarse las puertas, el vagón se volvió azul y todos los pasajeros empezamos a convertirnos en hologramas azules. Primero con nuestra forma humana y después: mi abuela se había convertido en una gatita, mi abuelo en un Golden y yo era un velociraptor…, no podía estar más asombrado, levanté la cabeza y pude ver que el resto de los pasajeros se habían transformado en hologramas azules de diferentes animales: pájaros, perros, gatos e incluso monos. Era un espectáculo difícil de describir.


En aquel momento, el altavoz de voz metálica del metro indicaba nuestra parada: “próxima estación: Verdaguer”. Las puertas se abrieron y al bajar del vagón mis abuelos y yo volvimos a ser los mismos seres de carne y hueso de siempre.


Mi abuela me agarró de la mano y caminamos hasta la línea amarilla. Intenté explicarles lo que había visto, pero no pude, ya que íbamos muy rápido para no perder el enlace.


Al llegar al andén de la línea 4 todo se veía normal. Había un par de niños jugando con un yoyó, algunas personas sentadas, un chico joven escuchando música y una señora leyendo un libro.


Subimos al vagón y a los pocos segundos los hologramas volvieron a aparecer. Esta vez eran amarillos. Todos los pasajeros nos convertimos en una imagen completamente distinta a nuestra identidad. En este caso había personas que se habían convertido en frutas, otras en animales y otras en flores y plantas. Los niños que jugaban al yoyó en el andén eran un gallimimus y un diploducus, y yo me había transformado en un tiranorausus. Fui hacia ellos y los tres nos miramos y empezamos a correr entre la gente. Mis abuelos, que esta vez eran una margarita y un roble, salieron corriendo detrás de mí. Mi abuelo me cogió fuerte del brazo con una de sus ramas y me hizo parar en seco y gritar. - Esta vez sí que la había liado, no me volverían a llevar a ningún sitio-. Durante el resto de recorrido me quedé quieto sin decir nada, eso sí, mirando sus hologramas amarillos, ensimismado, de lo maravilloso que era aquello.


De nuevo la voz metálica por megafonía anunció nuestra parada: “próxima estación: Maresme Fòrum”.


¡Y de repente me desperté y todo había sido un sueño!


 


 

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