Siempre jóvenes

Flamin

Hoy es de esos días en los que el silencio lo envuelve todo y en los que, pese a ser hora punta, circulo por estaciones casi vacías.


Estaciono mi tren, abro puertas, hago sonar el cláxon para avisar que voy a cerrarlas, pulso el botón y cierro sin que apenas nadie suba ni baje.


No suele ser así, pero hoy es un día extraño en que el pasaje parece ausente y las estaciones permaneces desiertas, a la espera.


Llego a la siguiente estación esperando encontrar la misma soledad, pero para mi sorpresa, cuando el tren entra en la estación veo a un grupo de chicas que se saludan con entusiasmo.


Abrazos, besos y muchas risas.


Llevan maletas y se suben a mi tren hablando y riendo.


Desde la perspectiva que me da mi edad y sin que sea consciente de ella, pienso que son muy mayores para ser un grupo tan ruidoso, pero en un par de estaciones se bajan y no pienso más en ellas.


 


Hasta unos días después que de nuevo las veo cuando con mi tren entro en la misma estación que bajaron el otro día.


Aun antes de estacionar oigo sus risas.


Las veo y su felicidad se me contagia.


Sin darme cuenta estoy sonriendo, son un grupo peculiar y sujetan algo entre todas que hasta que no estén más cerca no podré ver bien.


Estaciono y esta vez las observo con un poco más de atención. Me llama la atención su tono de piel, vienen morenas.


Se ríen sin parar y sólo mirarlas es fácil adivinar que se lo han pasado bien.


No sé dónde han estado, pero aunque parecen cansadas, todas lucen en la cara una sonrisa que les ilumina el alma.


Pero lo mejor no es eso, lo más sorprendente no es su tono de piel, ni sus risas, es que he descubierto qué sujetan.


Entre todas sujetan un gran flotador que es un flamenco rosa fucsia, y lo mejor de todo es que lo hacen muertas de risa.


Suben a mi tren.


Me encantan.


Han pintado una enorme sonrisa en mi cara que estoy segura de que me va a acompañar durante todo el día.


Y en cuanto he sido consciente de eso he entendido también que la juventud no es una cuestión de edad, sino de espíritu.


Y al mío le faltaba un gran flamenco fucsia para entender que las cosas no siempre son lo que parecen.


Aún sonriendo , hago sonar el cláxon de mi tren, espero que acaben de subir los últimos rezagados y consciente de haber aprendido algo muy importante hoy, cierro puertas y inicio la marcha sabiendo que pase lo que pase, siempre podré pensar en el gran flamenco fucsia y sin duda volveré a sonreír.


 


 


 


 


 

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