Vida de Manuel

Isquia

El pequeño Manuel vino al mundo entre las estaciones de Palau Reial y Maria Cristina. Tan distinguido emplazamiento podría hacer pensar en la alta cuna de Manuel y en futuros domingos de misa y petits fours, pero nada más alejado de la realidad: Manuel nació tras el cierre de puertas en Palau Reial porque su madre, ignorando su estado de buena esperanza, pasaba por allí camino de la Universidad.


 


Con el bebé entre las manos se preguntó la joven madre qué hacer. Y en una de esas escasas ocasiones en las que la vida te envía señales, alzó la mirada cuando escuchaba por megafonía: "Si necesita ayuda utilice los interfonos de la estación". Y estando claramente necesitada de ayuda, bajó al andén de Maria Cristina y dejó allí a Manuel arrullado en una mochila Fjällräven.


 


En aquella estación reparó Ahmed en Manuel. Ahmed había invertido en el sueño europeo el dinero de la venta del coche con el que hacía de taxista en Dakar y regentaba ahora una tienda ambulante especializada en la venta de bolsos de señora.


 


Ahmed advirtió que el pequeño Manuel tenía hambre y recordó que todavía llevaba en una bolsa parte del desayuno con el que Valentina, la casera de la habitación en la que vivía, agradecía cada día a Ahmed la mejoría que su estado de ánimo había experimentado desde la llegada del senegalés.


 


Ahmed, acostumbrado como estaba a compartir con los demás lo bueno, ablandó en café un chusco de pan y ese fue el primer alimento que conoció el pequeño Manuel.


 


También en aquella estación conoció Manuel a Carla, una veinteañera que vestía mono verde, mascaba chicle y que entre like y like cambiaba los anuncios de los expositores de la estación. Carla proyectó años atrás trabajar colgando y descolgando carteles hasta que a los veintidós llegase el triunfo de su canal de YouTube. En su último cumpleaños Carla había soplado veintiséis velas.


 


Reparó la joven en que el pequeño Manuel no sabía aún leer. Y no teniendo más textos que aquellos carteles retirados, logró que Manuel se iniciase en la lectura. Y resultó ser Manuel un alumno aplicado y Carla mejor maestra que youtuber. 


 


Y allí bajo tierra, pero cerca del cielo del Camp Nou, conoció Manuel el amor. Céline era una francesita que visitaba la ciudad y que había quedado descolgada de su grupo cuando respetó la máxima: “No entrar ni salir después de que haya sonado la señal acústica”. Y fue ese respeto por las normas lo que conquistó a Manuel. Céline y Manuel se casaron un 30 de diciembre: aniversario de la inauguración de la Línea 3.


 


Y en aquella misma estación nació Roberto, hijo único de Céline y Manuel. Nunca fue Manuel más feliz que en aquellos años de vida doméstica. Pero igual que un convoy llega a término, la felicidad de Manuel llegó a fu fin: Céline, harta del trasiego de los días de Champions e incapaz de convencer a Manuel de que se mudase con ella, decidió coger al niño y trasladarse a la estación de Trinitat Nova. Allí disfrutaría del aire limpio de la Barcelona de montaña y de la tranquilidad de ser inicio de línea.


 


Y siguió Manuel en la estación que le vio nacer, su único hogar conocido. Y siguieron días buenos y otros mejores. Y siguieron los viajeros. Y los años. Y las canas. Y Manuel que ya descansa.

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