La turba y el bombero

Laira Scible

 Nunca imaginé, esa mañana al levantarme, las cosas que me pasarían. Tres meses después, cuando lo estoy contando, los recuerdos se van desvaneciendo.


Era una mañana como otras tantas. Lo que sí recuerdo es que cuando entré en Barceloneta eran las 7 y aún no había amanecido. Hacía frío.


A mí no me gusta madrugar, la verdad sea dicha, así que cuando trabajo en el turno matutino, caminando mi mente se empieza a despejar.


No acostumbro a tomar el metro, ya que por tan poco trayecto suelo ir andando, pero ese día en particular, el despertador no funcionó (o no lo escuché), y salté de la cama con el tiempo muy justo, así que tomé la decisión de ir en metro a la oficina.


La primera señal (o tal vez deba decir la segunda) fue que la tarjeta no funcionaba, así que me dirigí a la taquilla e inmediatamente solucionaron el problema. Era raro, puesto que hacía cuatro días que la había comprado. No lo tomé como augurio sino hasta tiempo después.


Noté que subía mucha gente al vagón y cuando se cerraron las puertas, me arrepentí de no haberme sentado.


Fui preguntado a las personas que me rodeaban si también bajarían en la siguiente estación. Muchas me respondieron que sí. Se abrieron las puertas. En ese momento sentí como era llevada por una multitud hacia vaya uno a saber dónde. Empecé a caminar por pasillos, subir escaleras, más pasillos, bajar escaleras. No tenía autonomía, era llevada, no podía escabullirme y hacer mi propia ruta. Me resultaba imposible.


De repente siento que estoy subiendo a otro vagón y comienzo a ponerme nerviosa. No podía moverme. Traté de no inquietarme. Otra estación. Otras puertas. Otra vez la turba que me empuja. Otros pasillos. Otras escaleras.


 


Seguía subiendo, bajando, caminando, siempre acompañada de una multitud de personas que me impedían hacer mi propia ruta.


Volví a subir a más trenes y a bajarme en muchas estaciones. El nerviosismo iba en aumento. Traté de tomarlo con calma. Conté hasta diez, hasta cien. Respiraba profundamente. Nada calmaba mi ansiedad. Ya no miraba el reloj: había perdido la noción del tiempo. Me sentía mal. Me dejaba llevar por la turba. Ya no era yo. Me desvanecí.


 


Cuando abrí los ojos, estaba en un andén. Veía todo nuboso. Y un olor se fue metiendo por mis fosas nasales con mucha fuerza.


 


Sentía el bullicio. Me tapé los oídos y cerré bien fuerte los ojos. Cuando los volví a abrir iba volando. Vi un par de ojos claros que me miraban. Un joven bombero atlético y guapísimo me llevaba en brazos. Salimos por fin a la calle. Me dejó en un banco, no sin antes preguntarme si me encontraba bien. Dijo que regresaría enseguida.


 


Cuando regresó, volvió a preguntar cómo estaba. Perdida, no sé dónde estoy. En Alfons X. Hubo un pequeño incendio y se desalojó la estación. ¿Qué hora es? Casi las 12. A dónde te diriges? A Ciutadella. Estoy llegando muy tarde a mi trabajo. Cruzas la ronda, y allí tomas el V21. Que tengas un excelente día.


 


Seguí al pie de la letra las instrucciones de mi salvador. Esperé el bus.


Llegué a la oficina y encontré a los jefes muy enojados. Dijeron que me habían estado llamando y que no les respondía. Que no iban a tolerar más otra llegada tarde.


No creyeron lo que les conté sobre lo ocurrido. Me dijeron que estaba despedida; que ese relato no tenía pies ni cabeza. Y que probara suerte enviándolo al concurso de TMB.


 


Y acá estoy.


 


 


 


 

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