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   Tmbye


Bajaba las escaleras de la estación de Sagrera a toda velocidad. El corazón le iba mil, no sólo por el esfuerzo, sabía que cuando llegara a su destino, en Camp de l'Arpa, allí estaría ella. Meses y meses hablando, y por fin iba a conseguir verla. El metro llegó justo cuando él alcanzaba el andén, apenas había gente a esa hora. Las diez de la noche de un miércoles. Intuía que muchos estaban ya en su casa, como lo hubiera estado él, tumbado, viendo cualquier serie de Netflix. Pero aquel día no.  Aquel era el día y daba igual el sitio, daba igual la hora, en su mente simplemente estaba la idea de verla por primera vez, de charlar. Y quién sabe, si todo iba como tenía en su mente, como le dictaba su corazón, poder abrazarla e incluso darle ese primer beso.


Alzó la mirada. Frente a él sólo tenía a un muchacho. Le impactó ver que tenía la mirada perdida. Como si su cuerpo estuviera en el coche que los llevaba pero su mente lejos, muy lejos de allí. No quería mirarlo fijamente, le inspiraba poca confianza, pero tampoco podía dejar de ver esa expresión. Como si este mundo no fuera con él. Le sonó el móvil y en seguida olvidó a aquel hombre raro que se sentaba delante suyo. Era ella, preguntándole por dónde iba, cuánto le quedaba para llegar. La sonrisa que se le dibujaba en la cara contrastaba con los nervios que se le agolpaban en el estómago. Una parada, sólo una, para sentirse por un momento el hombre más feliz del mundo.


Llegó a Camp de l'Arpa. Iba en el último coche y le tocaba caminar todo el andén hasta las escaleras mecánicas. Delante suyo, apenas 5 personas que corrían. Decidió caminar tranquilo. Pese a la emoción, no quería que se lo notara ansioso, ni que la primera visión que tuviera de él es que iba ahogado. El último pasajero delante suyo subía ya las escaleras, a él le quedaban aún unos metros para llegar. El metro ya había salido de la estación. Estaba solo.


Puso el pie en la escalera mecánica, sólo le dio tiempo de poner el derecho. Notó cómo el acero le atravesaba las costillas por la espalda. El mensaje que estaba escribiendo jamás llegaría a su destinataria. Oyó el golpe del móvil contra el suelo mientras empezaba a entender que su espalda era un coladero. Intentó girarse, y a escasos centímetros de su rostro volvió a ver, con más crudeza, aquella mirada perdida que atisbó frente a sí en el metro. Sonreía, como satisfecho con lo que estaba haciendo, como si pudiera observar que su alma se desprendía de su cuerpo. Un último golpe en el abdomen, mientras le susurraba algo que no entendía, fue lo último que reconoció antes de que su cuerpo cayera, como una bolsa de basura, al frío suelo. Un charco de sangre le esperaba. Cerró los ojos, con más dolor por no poder verla que por saber que ése sería su último gesto con vida.

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