Último trayecto

Lluna

Siempre nos gustaba usar el funicular las tardes de domingo. Dejarnos llevar por el traqueteo suave del vagón que nos acercaba a Montjuïc. Un lugar privilegiado para alejarse del ajetreo de Barcelona y contemplar el atardecer desde un rincón especial de la ciudad, que nunca dejaba de regalarnos su magia. Así que hoy, varios meses después de vernos obligados a perder el hábito, hemos vuelto a comprar la tarjeta de transporte con suficiente antelación para no perdernos la despedida, un día más, del sol. Hoy, un domingo cualquiera del calendario alejado de épocas de más turismo, no nos acompaña demasiada gente en la subida. Te observo tranquila y me regalas una de esas sonrisas que siempre me han vuelto loca y, a pesar de que me encantan los atardeceres, hoy el corto paseo en funicular querría que durara muchísimo más, para seguir observando tu brillo. Muy a mi pesar, en lo que para mí es un abrir y cerrar de ojos, bajamos. Me acompañas alegre, opinando sobre el mundo y sus locuras, intentando buscar soluciones a los problemas de esta sociedad en la que vivimos inmersos. Y entre idas y venidas de nuestros discursos, llegamos a nuestro rincón favorito, aquél que nos permite disfrutar del espectáculo en todo su esplendor. Y nos ha embargado el silencio que, hasta entonces, habíamos querido evitar. Hemos contemplado el horizonte abrazados, disfrutando del atardecer, la brisa de la primavera y nuestra compañía. Sabemos que no habrá más domingos de funicular y atardecer, que el diagnóstico es claro y no hay nadie que pueda salvarnos del gris desenlace. Pero has decidido vivir viviendo, así, hasta el final, y sonríes en paz mientras un nudo en mi garganta impide salir a un torrente de emociones que romperían la magia del momento. No es fácil acompañar tu final, mis ojos y mi alma saben que eres y has sido luz para el mundo, y que el azar es muchas cosas menos justo. Tú has querido fotografiar ese sol con tu nueva Reflex, ésa que nunca encontrabas el momento adecuado para comprarte, y has soltado una carcajada cuando esa pareja de japoneses ha tropezado en el escalón y ha salido en medio del plano de tu foto a punto de caerse. Es curioso cómo hay gente, como tú, capaces de desprender vida hasta el último instante, incluso cuando a su espalda cargan la maldita palabra "cáncer". La misma palabra que por desgracia cerrará tus ojos más pronto que tarde parece hoy no pesarte en absoluto. Y yo, como público privilegiado de estos últimos actos, no puedo hacer más que asimilar y acompañarte lo mejor que puedo en tus decisiones y tu "ya fue suficiente". El sol se ha ido escondiendo, y he visto cómo tus ojos se despedían de tan linda escena, de nuestras escenas de domingo al atardecer. Volvemos en silencio, sabiendo que ése será siempre un rincón que llevará nuestro nombre.


Mientras esperamos la llegada del funicular que nos devolverá al ruido de la ciudad, aprieto tu mano con más fuerza de lo habitual, como intentando impedir tu partida a la desesperada. Lo sabes, porque me conoces a veces incluso más que yo misma, y me sonríes con esa mirada tan viva que permanecerá eterna dentro de mí. Bajamos callados ese último trayecto en funicular, sabiendo que no hay ninguna palabra capaz de mejorar nuestro silencio. Sólo antes de bajar te acercas a mi oído para pedirme, casi susurrando, que siga usando tu Reflex para fotografiar, aunque sea de vez en cuando, nuestros atardeceres. Qué bonito último viaje, y qué injustos finales precoces.

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