La Travesía
Navego por ríos de asfalto en la vorágine de una selva urbanizada.
Soy el capitán de un gigante de hierro que no tiene sentimientos. Que carece de alma.
Avanzamos juntos entre una marabunta de voces y ruidos que todo lo envuelven. Que todo lo alcanzan.
El gigante no atiende súplicas. Ni lamentos. Ni deseos. Sólo obedece mis órdenes, de manera sumisa, sin importarle nada.
Es mi cuerpo quien le otorga vida a ese gigante. Son mis miembros los que imprimen sus movimientos. Es mi humanidad quien le concede un breve espíritu a ese ser vacío al que todo le falta.
En el gigante entran y salen extraños que me acompañan durante el camino. Ninguno completa por entero mi recorrido. Son extraños a los que me une un lazo invisible que en cualquier momento se puede romper. Rostros familiares de vidas que nunca conoceré. Rostros que alimentan una curiosidad que nunca podré satisfacer: ¿Cómo se llamará? ¿A qué se dedicará?
Es una travesía en la que voy acompañado, pero que siempre realizo en solitario.
En nuestro destino el gigante espera paciente el viaje de vuelta. Se muestra tranquilo mientras espera mis órdenes. Iniciamos, una vez más, el mismo camino. Con los mismos rostros de ayer. Con la misma esperanza para hoy.
La esperanza de que nada cambie y todo sea igual.
La esperanza de que todo cambie y nada sea igual.