...y el mundo sigue girando

Mafalda

Me acomodé en uno de los asientos del metro que iba hacia el centro de la ciudad. Abrí “Pride & Prejudice” dispuesto a adentrarme en una lectura apasionada sobre los romances y líos amorosos de la alta alcurnia inglesa a mediados del siglo XIX. Siempre me ha apasionado este tipo de literatura.


En la siguiente parada, Poble Sec, se subió una mujer de complexión fuerte que debía rondar los treinta. Se sentó enfrente de mí, sacó su iPod, y empezó una lucha contra los auriculares, que se habían enredado entre ellos como si de madreselvas se trataran. Como siempre, no pude evitar echar un disimulado vistazo a mi nueva acompañante. Tenía el rostro tostado por el sol, cubierto en gran parte por una espesa y ondulada cabellera de color rubio ceniza, y bajo su prominente nariz se escondían unos labios gruesos y perfilados. No alcancé a ver sus ojos, ya que en ese mismo instante la mujer ganó la batalla contra los auriculares, y alzando, la vista se los colocó para dejar que la música fluyera por sus sentidos. A juzgar por su aspecto, parecía una chica de armas tomar, y a pesar de tener una fisonomía muy marcada y unos rasgos un tanto exóticos, me pareció una mujer de lo más sexy.


Ya estábamos en Liceu cuando volví a levantar la cabeza para mirar de nuevo a mi vecina de enfrente. Escondido tras Mr. Darcy y las hermanas Bennet , espiaba cada movimiento que ésta hacía. Esta vez su rostro se me antojó diferente. Su tez se ensombreció y se ruborizaba por momentos. De repente, nuestras miradas se cruzaron. Tenía los ojos rojos y vidriosos. Sus labios se mantenían prietos, intentando reprimir el llanto. Turbada, apartó la mirada al momento. La había descubierto. Empezó a juguetear con los cables de su reproductor, para luego dejar esta tarea y rebuscar, nerviosa, en su gran bolso, en un intento vano de disimular y controlar sus emociones. Finalmente la llave atragantada en su garganta no aguantó más… un pequeño sollozo ahogado salió de sus labios. Las lágrimas empezaron a asomar por sus ojos, primero tímidamente, luego a borbotones. Su angustia afloraba ya por todo el vagón, y hasta me sedujo a mí. Ahora yo también me sentía angustiado y se me hizo un nudo en el estómago.


Miré a mi alrededor. Había quien reía, quien gritaba, quien hablaba por teléfono… nadie a parte de mí parecía percibir el malestar de esa mujer, y que ya se había apoderado de mí.


El Ferrocarril llegó a Passeig de Gràcia, mi destino. Bajé del tren aún pensando en ella. No sabía qué era lo que le pasaba, quizá la música de su Ipod le recordó a un antiguo amor, quizá hubiese tenido un mal día en el trabajo, incluso, tal y como están la cosas, hubiese sido despedida… sólo sé que el mundo seguía girando a su ritmo, loco, agitado, despreocupado, mientras que había princesas llorando a gritos en lo más alto de sus castillos.


 

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