Carmen dice que Quito está a 2850 metros de altura.

La Gracienca

Hace exactamente 6 años, 2 meses y 4 días que cojo todos los días el metro. De lunes a domingo, festivos y todo agosto. Da igual. Eso es un total de 4512 viajes en metro. ¿Que cómo sé cuánto tiempo hace y el número total de veces que me he subido al metro? Por mi necesidad compulsiva de contarlo absolutamente todo.


Cuento todo lo de mi alrededor desde que me acuerdo. 18 cucharadas de puré de verduras con arroz. 12 cochecitos en línea, ordenados además por tamaño y color. Los libros de mi estantería, 22 en la de la pared del frente de la cama, 16 en la de la derecha. No podía haber uno más, ni uno menos. 3 peluches en la cama. 5 plantas con 34 flores en el balcón. Y el placer de contar los pétalos uno a uno.


Lo cuento todo de camino al hospital o centro donde esta vez esté ingresada mi madre. Lleva 1891 días ingresada. Ya no recuerdo bien los diagnósticos. Esquizofrenia catatónica. Delirios con múltiples nombres: grandeza, persecución, celotipia. Y varios intentos de autolisis. Así que me subo al metro y voy allí dónde esté. A veces no puedo verla, no siempre tiene permiso de visita, pero yo voy igual. Me gusta mi rutina. Y por el camino cuento todo lo que veo. 2 personas en las taquillas de la parada de Fondo, 1 señor bajando las escaleras a pie, corriendo porque llega tarde. 16 bajando las escaleras mecánicas. 3 sentados enfrente de mí, 1 señora con 1 bolso, 1 bolsa grande y 2 niños cogidos de la mano. 4 máquinas expendedoras. 30 paradas de Bellvitge a Fondo. Me emociono pensando en cómo se multiplican los números en cada una de las paradas. El metro es un sitio precioso para contar. Pero por mucho que me guste contar, lo que más me gusta es cuando sube Carmen en Baró de Viver. Carmen es de Quito, me ha dicho que es una ciudad muy fría, que todo el año hace frío, y que está a mucha altura, a tanta que los extranjeros no pueden ni respirar allá. Eso dice. Carmen todos los días coge el metro también como yo. Va de Baró de Viver a Sant Gervasi, coge 2 metros y 1 ferrocarril. Limpia allí en 2 casas diferentes. 4 habitaciones, 2 baños, 1 cocina, 1 salón, 1 patio. Y en la otra 5 habitaciones, 2 baños, 1 aseo, 1 cocina y 1 salón. Infinitos libros en las estanterías, no los ha contado , dice. Le he explicado mi obsesión por contar. A ella le parece divertido, no me mira mal. Así que cada mañana me cuenta lo que ha contado de camino. “Hoy he contado 8 papeleras y 3 autobuses”. A parte de las cosas que contamos, me habla con mucha nostalgia de Ecuador. Vamos sentadas, o de pie, según el número de personas en el metro, y me cuenta lo bonito de las calles de Quito, porque lo echa de menos. Me habla de sus 3 hijas y 2 nietas. La más pequeña ya tiene 3 dientes y dice 2 palabras. Me dice que aquí no hay ningún mercado como allá. Como el de Otavalo. “Te volverías loca contando ropas, sombreros, hamacas”. Y dice que además hay muchísimos (no sabe precisar el número) puestos de comida con sopas, locros, humitas, pescado encocado… Me fascina que me cuente todas esas cosas. Porque me parece que Ecuador tiene que ser precioso y tan diferente. Es que yo no conozco más que Santa Coloma y todas estas paradas de metro que me llevan a diferentes hospitales de Barcelona y alrededores. Carmen se baja en la Sagrera y me dice mañana te voy a traer un pan de banano, o mejor dos, para que te dure un par de días. Yo pienso que si cada trozo lo corto en 3 me durará 6 días. Le digo adiós a Carmen, y sigo contando las paradas que me quedan. 7 hasta Plaza Cataluña. 


 

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