Otros tiempos

Heráclito

Tengo sueño. He dormido fatal. Hoy voy a entregar mi carta de dimisión y los nervios me han tenido dando vueltas en la cama hasta qué sé yo qué hora. La última vez que me atreví a mirar el reloj eran las 4:52 y el despertador me encuentra despierto cuando suena a las 6:15. Sin embargo, obedezco sus órdenes sin rechistar, salgo de la cama y me voy directo a la ducha. Después, café solo y tostadas con aceite y queso. La radio suena de fondo, pero no sé de qué hablaban, mi monólogo interno acapara toda mi atención.


 


Cojo un puñado de arándanos de la nevera y salgo al balcón en calzoncillos. Ya no hace frío, la primavera se lo llevó. Mientras saboreo los arándanos, me vienen a la mente las noticias sobre la explotación ilegal de los acuíferos de Doñana. Me pregunto si estaré colaborando con la destrucción de ese ecosistema comiendo bayas. En estos momentos, prefiero no saberlo.


 


Desbloqueo el móvil y abro la web del periódico. Mala idea. Guerra. Corrupción. Inflación. Crisis climática. El de los arándanos era un problema más fácil de afrontar: siempre puedo investigar si vienen de un productor pirata y, en tal caso, dejar de comprarlos. Pero, ¿qué coño puedo hacer yo contra Putin, la corte de chupópteros capitalinos, los mercados financieros y el calentamiento global?


 


Empapado de información y ansiedad, termino de vestirme y me preparo para salir. Según la app de TMB, quedan 6 minutos para que llegue mi autobús. No pasa nada, la parada está al lado de casa, tengo tiempo de sobra.


 


Efectivamente, aún tengo que esperar un par de minutos antes de poder subir al bus, la aplicación estaba en lo cierto. Es verdad que a veces falla, pero da igual, como buen habitante del siglo XXI, deposito mi fe ciega en la tecnología.


 


Todo ha cambiado mucho. Este bus, por ejemplo, es eléctrico; no como el que cubría esta misma línea el año pasado. Si lo pienso, no se parece en nada a ese autobús con asientos de madera que vi en la exposición del centenario de la red de autobuses de Barcelona. También los billetes han cambiado, ahora mi billete es mi móvil o, más bien, el chip NFC que lleva dentro. Al pensarlo, me pregunto qué significan las siglas NFC. En otro momento lo buscaré, en realidad no me interesa tanto.


 


Sin aviso previo, me asalta el recuerdo de aquella cabina telefónica en el pueblo de mi madre. Era verano y yo, un chaval que cada dos días, a la hora acordada, llamaba a su primera novia entre aquellas paredes de cristal. No había móviles. Tampoco nos hacían falta. Eran otros tiempos. Éramos otras personas.

T'ha agradat? Pots compartir-lo!