Si la dicha es buena
Si una mano lanza una piedra al fondo de un estanque, se puede oír el ruido corto del choque con la superficie, y luego ya no se escucha nada más. Pero con el silencio empieza entonces la danza de un suave oleaje de círculos concéntricos que se van expandiendo alrededor unos de otros, hasta morir en la orilla, debilitados por una lenta dilatación, que es también inevitable.
En una coincidencia de trenes en ambos andenes de la estación de Passeig de Gràcia, la casualidad ha querido que vuelvan a encontrarse dos miradas que se incendiaron mútuamente ocho años atrás, en uno de esos romances de verano, que terminan con la llegada del otoño pero que se quedan a vivir en la superficie algún tiempo más.
Un curso intensivo de francés de mes de julio les había hecho coincidir en el mismo aula, y los ejercicios de conversación y los descansos para fumar fuera en la calle, habían obrado el resto de la magia. Unas semanas de nerviosismo previo a llegar a clase, de invitarse al café infame de la máquina, de lanzarse a encontrar una ocasión para quedar fuera, antes de ver el curso finalizar. Ir a ver unas pelis francesas malas fue la excusa para encender los inicios, y un trabajo en el Canadá francófono esperándole a él en octubre el motivo que sofocó el incendio, apartando cualquier posibilidad de continuación. Ella fue la parte generosa y honesta; él, el dedicado y bonachón. Ambos salieron con la piel quemada, colocándose el vendaje mientras se repetían en voz baja que bien está lo que bien acaba.
Ahora, en esta estación en donde convergen tres líneas de metro y miles de almas se cruzan cada día, dos rostros ocho años después se reconocen en segundos, sorprendidos. Unas cejas se arquean, y unos labios sonríen. Y a golpe de arranque, ambos trenes se alejan.
Una cascada de recuerdos arde en la boca del estómago de él. Y arden también los párpados de ella al darse cuenta que, a pesar de seguir vivas en la memoria las sábanas de aquellas mañanas tras las noches más brillantes, se le hace imposible recordar el tono de su voz. Hoy la banda sonora de aquellos meses, que siempre sonó a canciones tonificantes de verano, mutará hacia una de esas baladas insoportables y significativas que, con toda su carga, espesan el torrente sanguíneo con el recuerdo en forma de círculo concéntrico: debilitado y ya celestial.