La jeringa mecánica

Conrado

Mientras intentaba despejarse bajo el chorro de la ducha, Alba se prometió a sí misma no volver a salir de fiesta en un día laborable. Después se vistió, se peinó, preparó su termo de café con leche, salió de casa y casi sin darse cuenta estaba otra vez sentada en aquel reluciente vagón de metro, una enorme jeringa mecánica pensada para inyectarla directa e inevitablemente en el sillón de su oficina, según ella.


¡Bip, bip, bip, bip, bip, bip, bip!, las puertas se cerraron y el tren inició la marcha como cada mañana. Pero poco tiempo después, esta vez sin previo aviso, todas las luces del tren se apagaron. No se veía nada. La oscuridad era absoluta. Y salvo el leve traqueteo del tren, no se oía nada ni a nadie; por lo que Alba dedujo que era la única pasajera. De repente se encendió el monitor que Alba tenía justo delante. En la pantalla, unos números sustituían el nombre de las estaciones: “2022, 2021, 2020, 2019, 2018”. Los números parecían indicar años que retrocedían sin parar. Alba creyó que se trataba de un error informático producto del apagón, pero al momento se dio cuenta de que el tren no paraba en ninguna estación y cada vez circulaba más rápido.


La lista de números o años avanzaba tan rápido que casi no daba tiempo a leerlos. Ya iba por "1492". Alba, que no podía dejar de mirar la pantalla, empezó a considerar que todo era una broma. Entonces se fijó que, en una esquina de la pantalla, escrito en letra muy pequeña, ponía: “Regresión”. En ese preciso instante, Alba sintió algo en su interior, una mezcla de pánico e incertidumbre se apoderó de ella y en su cabeza un pensamiento empezó a coger fuerza aplastando todo razonamiento lógico: “esto no es un tren, es una jodida máquina del tiempo”.


Alba intentó mirar a través de los cristales, pero no consiguió ver nada. El tren parecía envuelto en una especie de niebla. La velocidad aumentó tanto que el traqueteo del tren se transformó en un silbido constante y la cuenta atrás en la pantalla iba tan rápido que ya no conseguía ver nada.


Alba perdió la noción del tiempo. Ya no sabía en qué época estaba ni cuánto hacía que estaba metida en aquel vagón.


Por fin, sin saber ni cómo ni por qué, el tren del tiempo se detuvo y en la pantalla se podía leer: “Última parada: PARAÍSO”.


Las puertas del vagón se abrieron al instante. La niebla que rodeaba el tren no dejaba ver lo que había más allá. Alba se adentró temerosa en la espesa niebla y, al salir, apareció completamente desnuda en medio de un vasto jardín repleto de frondosos árboles frutales, en el que habitaban toda clase de animales salvajes de infinidad de formas y colores. A lo lejos, se extendían bosques infinitos rodeados de valles, ríos y montañas nevadas. Alba quedó pasmada ante tanta belleza y al descubrir su desnudez, intentó cubrir con sus manos sus partes más íntimas, miró a su alrededor y descubrió que estaba sola. Nadie había bajado de aquel tren. Estaba sola y desnuda como Eva en el puto Paraíso, pensó. Al instante se le ocurrió plasmar el momento con un selfie, pero al llevarse la mano atrás para sacar el móvil del bolsillo del pantalón, tocó con ella la piel desnuda de su trasero. En ese justo momento, Alba se despertó gritando: ¡Mi móviiiiiiiil!

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