La barra del metro
Con las calles recién puestas me dirijo hacia el metro. Hace frío, por eso espero abajo, a pie de entrada, a que el empleado abra la puerta. Junto a mí esperan las de siempre a esa hora. Nos saludamos, nos deseamos los buenos días y conversamos sobre el frío, sobre que aún no clarea para saber si hará sol. Lo hacemos pausadamente, con amabilidad, a esa hora tan temprana se agradece que nadie manifieste su mal humor por la hora, por el frío, por los problemas de cada cual. Siempre nos tratamos de usted, y es que aunque todas sin excepción nos dediquemos a fregar suelos, eso no es motivo para no guardar las formas y la buena educación.
Una vez en el andén arriba el primer convoy del día, como siempre totalmente vacío por ser esta estación la de inicio de línea. Mis compañeras de viaje se van acomodando en los asientos, a excepción de Mariela, que siempre se queda de pie apoyada junto a la puerta con su cubo y sus herramientas de limpiacristales a los pies. Yo, por mi parte, me acurruco en un extremo del vagón y allí, sentada, procuro echar una cabezadita, un lujo que puedo permitirme por el hecho de no tener que bajar hasta el final de la línea.
A la segunda parada el sueño, que me había vencido, me abandona de golpe. Abro los ojos sobresaltada por una música que sale de un aparato que alguien ha ubicado bajo un asiento. En el centro del vagón una muchacha en chándal negro se mueve al ritmo de la música. Con tanto ritmo debe de estar muy acalorada, porque se está quitando el chándal enterito, dejando al descubierto una vestimenta de top y mallas coloreadas que muestra su silueta fibrosa, casi de atleta. Sigue bailando, ahora agarrada a la barra central del vagón, se enrosca en ella, se retuerce, se pone cabeza abajo barriendo con su cabello el suelo, todavía limpísimo a esa hora. Todas la contemplamos boquiabiertas: “habrá salido de un botellón” “esto tendrían que hacerlo en el último metro del día, ahora no, no toca” “será una cosa de esas after hours, creo yo” “esto son las elecciones, pura propaganda electoral” “pues la han cagado” “calle, calle, no ve lo bien que baila pues”. La música sigue, la muchacha deja la barra, se dirige a cada una de nosotras y nos reparte unos papelillos impresos: ¡Ponte en forma ya! GIMNASIO POLE DANCE el mejor de Barcelona. Inscríbete aquí: www.poledance.bcn.
Mariela aparta su cubo de limpiacristales y se agarra a la barra, intenta trepar por ella pero su trasero sabrosón la arrastra hasta el suelo, el resto andamos muertas de risa, tiradas por el piso a lo break-dance unas y agarradas a las barras otras. El convoy se va llenando, si seguimos así el resto de pasajeros nos van a tomar por locas… mejor paramos los bailes, aunque de ninguna manera vamos a parar las risas. Despedimos a la muchacha entre abrazos mientras se apea del vagón haciéndonos jurar que hoy mismo nos inscribiremos al Gimnasio Pole Dance. “¿Y para qué? Si ya tenemos la barra del metro, pues”.