Por fin es viernes

Mini45

Como cada tarde, después de las clases,espero la llegada del bus con la capucha enfundada hasta los ojos. Gotas de sudor resbalan por mi frente mientras aguanto el calor bajo capas de ropa. Las prendas que llevo desde hace unas semanas, holgadas y oscuras, hacen que pase desapercibida entre la gente.


 El zumbido de una mosca me desconcentra. ¿Cómo sería mi vida si, en lugar de ser una tía de quince años con pecas hasta las entrañas, fuera uno de esos insectos? Zanahoria, palo de escoba…Las moscas suelen morir aplastadas y yo, cada día, muero aplastada por los insultos de mis compañeras. La mía es una muerte lenta, gradual. Al principio intento intercambiar unas palabras con las chicas. Pronto comprendo que es inútil. Pintadas en las puertas del baño, pisotones en el patio y tirones de pelo hacen que llegue de nuevo a la misma conclusión: nunca seré una más en el grupo. Las humillaciones no acaban en el instituto. Comentarios llenos de mala baba en redes, memes y likes a vídeos en los que soy de forma involuntaria la protagonista, me persiguen.


 El único rato en el que consigo evadirme es durante el trayecto de autobús. Las veces que puedo, pillo asiento junto a la ventanilla.  Árboles, la luz del semáforo que parpadea, motoristas apurando distancias, obreros haciendo obras en la calzada y niños con abultadas mochilas saliendo de la escuela. Cualquier cosa provoca que, por unos minutos, olvide mi patética existencia.


 A menudo, incluso me paso de parada a propósito, arañando unos minutos más de paz, y camino unas cuantas calles hasta llegar a casa. Allí tengo que enfrentarme a otra clase de miradas. Ahora no son de odio o de desprecio sino de incomprensión. Mi madre no entiende nada. Insiste en saber qué es lo que sucede para que siempre vuelva tan triste. Inquietarla con mis problemas no hará que éstos desaparezcan, así que elijo el silencio. A veces no hay nadie cuando regreso y esos días no tengo que inventar excusas tontas para justificar las pocas ganas que tengo de hablar. Entonces respiro tranquila.


 Hoy por fin es viernes. No tendré que ver las caras de esas miserables durante el fin de semana. Algo es algo.


 Una tarde más, cojo el sesenta y ocho. ¡Genial! Hay un asiento al final de todo. Valido el ticket muy rápido para poder llegar hasta él la primera y así estar lejos de otros compañeros. Lejos de niños pequeños que berrean mientras padres o abuelos impacientes tratan de hacerse sitio con los carritos. Lejos de colegas que parecen felices comentando las jugadas del último partido que han visto. Lejos del ruido que todo lo envuelve con sus zarpas. Me aferro a ese trayecto en autobús como si fuera mi único salvavidas.


 

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