Transbordo

Irredimible

Cada mañana relee la inscripción Baetulonis Amphora Daemoni que et Sanct Anastasi Fabulae en el vestíbulo de la estación de metro de Pompeu Fabra de Badalona. Un día de estos la anotará en el cuaderno de notas que abre nada más llegar al andén. En él escribe cada día una frase que empieza por “Hoy me he despertado bostezando”. Ayer escribió: “Hoy me despierto bostezando muros de hormigón desarmado.”


En días anteriores había escrito frases como:


“Hoy me despierto bostezando unas zapatillas semienterradas en el parqué de la habitación"


Durante el trayecto anota ideas, frases que escucha a los viajeros, citas que lee en libros. Lleva muchos cuadernos haciendo esto, desde que se desplazaba a las clases de la universidad.


Hoy ha abierto el cuaderno por una página en la que se podía leer:


PLATÓN: “Cada lágrima enseña a los mortales una verdad”.


No recuerda por qué la escribió. A veces apunta frases y luego no sabe muy bien qué hacer con ellas. Las tiene ahí, anotadas junto a escenas que ve en el vagón. Hace un par de días escribió esto:


“La chica con el gorro de lana y los guantes que dejan al aire los dedos que la semana pasada leía Brooklyn Follies de Paul Auster lleva hoy un libro de autoayuda. Se ha sentado al lado de otra chica con una gabardina cruzada que va leyendo “Brooklyn Follies” pero no se ha dado cuenta. No han hablado. He pensado que quizás podría ir a comentárselo y que las dos intercambiaran impresiones. No me he atrevido. Se me ocurre que si Paul Auster hubiera asistido a esta escena podría haber escrito toda una novela tirando del hilo de esta casualidad.”


Al igual que con la chica del gorro de lana, coincide con muchos pasajeros a la misma hora. Son algo así como compañeros de viaje al trabajo. Comparten rutina, bostezos y olor a recién duchado. Los observa, pero piensa que apenas sabe nada de ellos. Alguna conversación suelta, un libro que leen, un video en una red social cuando olvidaron bajar el volumen de su teléfono. Nunca ha hablado con ninguno de los pasajeros con los que coincide, sin embargo, diría que tiene anotado algo sobe cada uno ellos.


Baja en la estación de La Pau para hacer transbordo. En el andén de la línea amarilla ha visto que había una chica sentada en el suelo, mirando su teléfono. Lloraba de manera tímida y discreta, como para no ser descubierta. Solo por un ojo, con el otro disimulaba el llanto. Una lágrima, nacida sin faltas de ortografía, ha caído directamente al suelo. Chof. Después ha pasado un chico con unas deportivas Nike y unos auriculares blancos. El chico ha pisado la lágrima sin darse cuenta. Mientras observaba la escena ha pensado en decírselo, pero le ha parecido que habría sido raro. El chico ha seguido su camino con la lágrima pegada a la suela. Tampoco se ha atrevido a preguntarle a la chica si se encontraba bien y podía ayudarla en algo.


¿Cuánto tiempo habrá ido el chico con la lágrima ahí? ¿Le habrá cambiado el día de algún modo sin saber la razón? La forma en que esos dos desconocidos se han unido por un hilo tan fino le ha dado que pensar. Ha imaginado al chico descalzándose al llegar a casa y la lágrima ahí, aferrada de alguna forma a la suela. Y la chica en su cama, repasando mil veces los mensajes de su teléfono sin ser consciente de nada de todo eso.


Después, en el vagón, lo ha escrito en su cuaderno, para que nada se pierda: ni la chica, ni el chico, ni la lágrima en la suela. Y también:” Hoy me despierto bostezando lágrimas que cruzan vidas.” 

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