EL MANUSCRITO

Enequ

Quizá algún día le contaría a alguien la verdad, pero de momento no creía que fuera necesario, al fin y al cabo no había hecho nada malo, todo sucedió por casualidad y no fue algo premeditado, simplemente pasó, sin más.


Ahora, camino de la enésima entrevista en televisión, mientras recorría calles en un coche con cristales oscuros, que había puesto a su disposición la productora, recordaba como era su vida hacía apenas un año, sonreía...


Años intentando que cualquiera de las editoriales publicara alguno de los ocho manuscritos que les había enviado, en los que había puesto toda su ilusión y esperanza y, sabe Dios, cuántas noches en vela, porque mientras tanto, había que sobrevivir y eso hacía, ni más ni menos.


Filosofía... aún le recordaba su padre que había tomado una pésima decisión cada vez que iba a visitarle, su madre se llevaba el dedo índice a los labios pidiéndole con la mirada, que ignorara el comentario.


Nunca se llevó bien con él, era un hombre rudo, de pocas palabras y menos afectos, así que el trato entre ambos se limitaba a un frío saludo al llegar y un me voy al marcharse; por contra, su madre suplía con creces el amor y la atención que su padre jamás le había brindado.


De sobrevivir y demostrar que saldría adelante se trataba, así que había aceptado todo tipo de trabajos porque, aunque no se paraba a pensar mucho en ello, era cierto, sus intentos por lograr plaza de docente no habían llegado a buen término, su padre tenía razón, y eso era lo que más le irritaba.


Empezó en una pequeña ferretería del barrio, que le permitió alquilar una habitación con una pequeña ventana, cama, armario y derecho a cocina; el trato con la casera, una señora de avanzada edad y viuda, era agradable, y él pasaba casi todo el día trabajando, cuando regresaba al anochecer, cenaba cualquier cosa, y se sentaba en la cama delante de su portátil a escribir.


Se dejaba llevar, se evadía y así, empezó a soñar.


Palabra tras palabra, hoja tras hoja, fue tejiendo los primeros relatos; primero sin gran ambición, simplemente porque le gustaba y relajaba, poco a poco se fue convirtiendo en una obsesión y la idea de conseguir publicar alguno de ellos iba en aumento.


La ferretería cerró, y él pasó algunas semanas buscando empleo y acudiendo a entrevistas, sin dejar de escribir en los pocos momentos libres que le quedaban.


Así fueron llegando otros empleos, en la tienda de licores, un par de supermercados, otra de telefonía y una librería, en este último se sentía como pez en el agua, y fantaseaba con la idea de ser, algún día, el que apareciera en el interior de la solapa de algún libro.


Durante todo ese tiempo, todas sus idas y venidas, fueron en el metro; trayectos cortos o largos, con o sin transbordo, y sin imaginarlo, iba a ser un valioso aliado.


Aquella fría noche de invierno, el último vagón aún vacío, al inicio del origen de la línea; él, único pasajero, lo vio, olvidado en uno de los asientos, se acercó y curioso, lo cogió, le echó un vistazo rápido...interesante .. pensó, y lo guardó en su mochila.


Llegó a casa, casi pararse a saludar, impaciente por iniciar la lectura; no podía creer, era trepidante, tenía ritmo, emoción, te atrapaba entre sus hojas y no podías levantar la vista.


Era realmente lo que le habría gustado ser capaz de escribir, aquel manuscrito era...era...suyo, y sin pensarlo, le arrancó la página inicial donde figuraban título y autor, y todo cambió.


 

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