Buceando bajo tierra

QUIM ALEMÁ

Corriendo llegó a la boca del metro. Mojado por la transpiración provocada por el calor insoportable de los primeros días de agosto en Barcelona, y empapado por la tormenta que se había desatado minutos atrás y que lo había hecho apurar el paso en las cuatro cuadras que la separaban de su casa.


Bajó al andén y el viento proveniente del túnel y los chirridos de las ruedas y las vías anunciaban que el próximo tren ya estaba ahí. 


 Se subió y junto con la velocidad del impulso que tiene el metro cuando arranca a funcionar, sintió un movimiento distinto al que normalmente lo desestabiliza y lo hace tener que agarrarse del caño más cercano. Esta vez el movimiento fue interno.


 De repente, ya no era él. Llegaba al aeropuerto de El Prat, con su mujer en una mano y las valijas en la otra. La mujer era su madre y estaba embarazada, era Febrero de 2002 y estaba por nacer, las lágrimas le caían por las mejillas por el dolor que significaba abandonar su amada Argentina por la más dura de todas las crisis económicas. Vio a su padre y a su madre cuando se conocieron entre los anaqueles de madera de la biblioteca del Colegio Nacional Buenos Aires y también los vio por separado. A su padre jugando fútbol en la vereda de su casa en el barrio de Flores, de donde era originario y a su madre jugando a ser maestra en su habitación del departamento de Barrio Norte que con tanto esfuerzo había conseguido comprar Manuel, su abuelo. Inesperadamente lo vio a Manuel, trabajando en el puesto que le había pertenecido desde los 27 años y a su bisabuelo ,también Manuel, bajando del barco en el puerto de Buenos Aires con su bisabuela de la cual no sabía el nombre. También vio a Jaime, su abuelo paterno, un comerciante Judío de origen magrebí que había llegado a la Argentina a mediados del siglo XIX sin saber una palabra de castellano y al que mal habían apodado “turco”. De repente vio a uno de sus bisabuelos. Nunca había visto una foto de él pero algo lo convencía de que era Manuel. 


Lo vio caminando por una calle de l'Eixample que solo tenía unos pocos edificios construidos y por donde todavía circulaban carros movidos por caballos. Lo vio con cara de preocupación, lo vio correr, esconderse y llorar mientras defendía su puesto en los Búnkers del Carmel, y ahí fue que se enteró de que su abuelo era catalán y por eso su apellido era Puig. Giró la vista y vio al padre del “turco” moviendo cajones en un mercado de Casablanca. 


Pero algo lo convencía de que eran rostros familiares. Los vio abrazados y hablando en las calles del barrio gótico de Barcelona, con vestimentas muy antiguas, que le parecieron prehistóricas, como si se tratara de una película de época. La ciudad estaba muy sucia, el sol casi no entraba y no había turistas haciendo fila para entrar a la catedral. Algo le hacía pensar que era la víspera de la inquisición y del descubrimiento de América, de esa época oscura y que cambiaría sin dudas su vida. 


De pronto un fuerte sacudón frenó el tren y lo despertó justo antes de tener que bajar. Las puertas se abrieron, subió las escaleras mecánicas y respiró un viento fresco y liviano como quien sale de bucear en el fondo del mar. Esperó un segundo antes de seguir y se dio cuenta de que en su avanzar, el metro había tocado cada fibra de su alma y cada fibra de la historia de la ciudad, que al final también era la suya.


 


 


 

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