EXACTAMENTE DENTRO DE UN AÑO

Visitólogus Mercano Quántico

Bajé al metro por última vez hace exactamente dentro de un año. Todos huíamos desencajados, olvidando que éramos seres humanos instruidos en las disciplinas del buen comportamiento. Una onda eléctrica de pánico nos impedía razonar, recorriendo frenéticamente al individuo y a la masa despavorida que se precipitaba de cabeza al fondo de las negruras del sistema, buscando un rincón profundo donde agazaparse en forma de fetos acuclillados en su matriz.


Los mayores fuimos cayendo empujados por la gente más joven y fuerte, muchos de los cuales parecían volar literalmente sobre nuestros cuerpos usando pies y brazos sin consideración alguna. Unos rodábamos, mientras otros ya eran alfombras inertes expuestas a la voluntad de los pisotones, salpicando borbotones de sangre entre el amasijo de formas descompuestas sin compostura alguna y exentas del sufrimiento que nos acompañaba a los desafortunados que perseguíamos la salvación.


Me reincorporé a duras penas bajo la inercia del desequilibrio y la desorientación, dirigiéndome junto a otros por el andén hacia lo que parecían ser tenues luces d vagones de un metro parado no muy lejos de su parada.


Algunas puertas estaban abiertas y dentro ya había corrillos de gente con gestos y muecas que nunca había visto antes. Me impactó y pensé, sin querer pensarlo, que la mía sería igualmente un poema. Manos anónimas nos ayudaron a subir a ese último vagón de cola. Vi niños y niñas con el rictus del miedo en sus rostros, aferrados a sus mayores; padres y madres seguramente. El resto eran, a pesar de las diferencias de estatus sociales y sexo, la viva imagen de la humanidad en un terrible apuro. Yo también me sentía en esa tesitura en aquel momento: formando parte de desconocidos que ya no lo éramos porque nos asechaba un mismo destino.


Pude acurrucarme entre toda aquella desconsolada gente y apoyar la espalda contra el borde de uno de los asientos, intentando disminuirme al máximo. Mi intención era desaparecer; evidentemente no lo conseguí. Sí que noté haberme comprimido tanto como para entrar por el cuello de una botella. Al menos así lo sentía. Y no pasaron unos minutos, cuando toda la oscura oquedad y el propio vagón donde estábamos retumbaron y vibraron como si todos los woofers del mundo sonaran a la vez.


Seguidamente vi desplomarse toda la estructura del subterráneo; convirtiéndose en hierros retorcidos, trozos de vigas y cascotes negros cayendo sobre nuestras cabezas, y una polvareda asfixiante entrando por las puertas.


Segundos después sentimos otro, y un tercer bramido, tan fuertes y aterradores como no se puede llegar a imaginar.


No recuerdo si sobreviví.

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