El secreto

Ágata

Era noche oscura cuando Daniel entró en el bus, como siempre, cada fin de semana hacía lo propio y se desplazaba maleta en mano, al local donde actuaba.


De lunes a viernes era un ejecutivo más de una gran empresa financiera. Su vida anodina se transformaba sin embargo el viernes, cuando cambiaba el traje y la corbata por otro tipo de indumentaria.


Era su mayor secreto, aquella inconfesable verdad que le acuciaba desde siempre. Nunca había tenido el valor de afrontar la realidad. 


Pero no quería decepcionar a sus padres octogenarios. Ellos se sentían orgullosos de su ascenso profesional, siempre se lo habían transmitido así.


Recordaba cómo a menudo le contaban, las peripecias que habían tenido que sufrir para llegar de su Extremadura natal hasta Barcelona, prácticamente con lo puesto.


No, definitivamente no tenía fuerzas para decirles la verdad.


María se despidió de su hijo, como cada viernes y le deseó un buen fin de semana. Hacía mucho tiempo que conocía bien su secreto. Solo una madre puede saber ciertas cosas pero no quería incomodarlo. Le parecía razonable que deseara tener cierta intimidad.


Otra cosa distinta era su marido, sabía que existían muchas y distintas razones por las cuales no aceptaría la realidad, si la llegara a conocer.


Antonio, por su parte era el único que veía, oía y callaba. Todos creían que vivía ajeno a lo que ocurría, pero sabía perfectamente todo lo concerniente a su hijo. Dadas las circunstancias prefería dejarse llevar.


Daniel llegó por fin a su parada y bajó del autobús, ajeno a los acontecimientos que pronto se producirían.


Cosas del destino, sin duda, sus padres de forma individual, habían decidido esa noche ir al local donde actuaba para demostrar a su hijo que no les importaba nada si era Daniel o Daniela.

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