La soledad solo es linda cuando lo deseamos

yaxifoy

En un pequeño pueblo, en lo profundo de las montañas, vivía un anciano llamado Juan. Juan había perdido a su compañero de vida Manuel, hacía ya muchos años y no tenía hijos ni familiares cercanos. Pasaba sus días en soledad, acompañado únicamente por su perra Lola.


Un día, Juan se dió cuenta de que su salud comenzaba a deteriorarse. Tenía dificultades para moverse y su memoria estaba fallando. Lola, su compañera de cuatro patas, lo acompañaba fielmente en cada momento, pero Juan anhelaba la compañía humana.


Una tarde, mientras Juan estaba sentado en su silla mecedora junto a la ventana, vió a unos niños jugando en el parque. Los escuchó reír y gritar, y recordó su propia infancia. Juan sintió un profundo vacío en su corazón. Recordó los días en que su casa solía estar llena de risas y voces animadas, pero ahora todo era silencio.


Una noche, Juan se sintió especialmente abrumado por la soledad. Lola lo acompañaba, pero no podía llenar el vacío emocional que Juan sentía. Él se preguntaba por qué la vida lo había llevado a estar solo en sus últimos días.


 


Al día siguiente, Juan decidió salir a dar un paseo por el pueblo. Mientras caminaba lentamente por las calles, se encontró con una pequeña niña llamada Sofía. Tenía unos siete años y llevaba una muñeca en brazos. Sofía se acercó a Juan y le preguntó si quería jugar con ella y su muñeca.


Juan sonrió por primera vez en mucho tiempo. Aceptó la invitación de Sofía y pasaron horas jugando juntos en el parque. Sofía le contó a Juan sobre su familia, su escuela y sus amigos.


Mientras Juan escuchaba con los ojos llenos de lágrimas, pensando en Manuel, su compañero de vida que vivía siempre en sus recuerdos y en su corazón.


A partir de ese día, Juan y Sofía se volvieron inseparables. Se encontraban todos los días en el parque y pasaban tiempo juntos. Juan le contaba historias sobre su vida y Sofía escuchaba con atención. Juan se sentía feliz de tener a alguien con quien compartir su vida.


 


Poco a poco, Juan se dió cuenta de que no importaba la diferencia de edad entre él y Sofía. La soledad no tenía edad, y la compañía de una persona joven y alegre llenaba su corazón de felicidad. Sofía también disfrutaba de la sabiduría y la experiencia de Juan.


Un día, Juan cayó enfermo y tuvo que ser hospitalizado fuera del pueblo, Sofía iba cada día en metro a visitarlo y cada visita se la pasaba sosteniendo su mano y brindándole su apoyo. Juan se sentía agradecido por tener a Sofía en su vida.


Desafortunadamente, Juan no pudo recuperarse y falleció en el hospital. Sofía, junto con su familia y algunos vecinos del pueblo, asistieron a su funeral. Sofía dejó su muñeca favorita en el ataúd de Juan como una muestra de su amor y amistad.


La noticia de la muerte de Juan se extendió por el pueblo, y muchos se sintieron conmovidos por su historia. Juan había demostrado que la soledad no tiene ni género ni edad y que aquello que creemos pequeño, como una sonrisa, la compañía y la amistad, nos puede salvar de esa tristeza profunda que habita en nuestro corazón.


Porque la soledad solo es linda cuando uno lo desea y Juan no lo deseaba.


Pero, gracias a Sofía, vivió sus últimos días con una sonrisa, abrazando sus heridas y aquel niño que fue un día.


 


Dedicado a todas las personas mayores que me encontré y conversamos en los vagones del metro.


Ustedes me enseñaron que tienen mucho por contar, mucho por admirar, y que yo, tengo mucho por escuchar.


 

T'ha agradat? Pots compartir-lo!